CAPÍTULO NUEVE QUITÁNDONOS LAS CARETAS

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La sombra negra de Georges, que hasta hace unos días atrás se había presentado para atormentar a Candice, al parecer se estaba diluyendo para terminar de desaparecer. Todo indicaba que ese hombre la había dejado tranquila y optó por regresar a EEUU.   Candice pensó que probablemente William había mejorado y por lo tanto su presencia ya no era requerida. Pensar de esa manera tranquilizó mucho a la mujer y su ánimo regresó.  En silencio agradecía no haberle contado nada de ese percance a Terence, pues se hubiera tornado en un problema mayor sin ser necesario, según ella.

El día tan esperado, llegó.   Para Candice era el momento perfecto, pues era el día donde Terence la presentaría como su novia oficial delante de todos sus compañeros de trabajo y ella por fin le contaría sobre su embarazo al terminar la famosa convención.  Todo estaba perfectamente bien planificado en su cabeza; tenía el eco de control de su embarazo que hace poco se había realizado y el tan atesorado par de zapatitos de bebé que ya moría por enseñarlos.   Con Georges fuera de su vida, ahora ya nada podría salir mal.

Se colocó un precioso vestido que había adquirido a muy buen precio.  Obviamente no era una prenda de diseñador, pero era sobrio y estilizado.  Su tela suelta en color blanco perla  con detalles en tono azul oscuro, le daban ese toque de elegancia que era requerido para la ocasión. Un delicado sombrero y zapatos a juego hicieron de su look algo digno de admirar. Miró su reflejo en el pequeño espejo del dormitorio y le gustó la imagen que éste le regaló.  Sonrió al ver que el destello plateado sobre su pecho parecía resplandecer  con mayor intensidad esa mañana.

Cuando por fin estuvo lista y arreglada, salió a la sala donde Terence ya la esperaba.

—¡Candy! Estás...¡estás preciosa!

—¿Lo crees? El vestido lo compré a muy buen precio y creo que con estos zapatos luce genial. 

El hombre admiró lo hermosa que estaba su  mujer, pero lo que realmente llamó su atención fue aquel destello  platinado  en su escote.    Verla lucir con  verdadero cariño la sencilla cadena que él le había obsequiado,  lo llenó de satisfacción.  Acariciando dulcemente el rostro de ella, le dijo.

—Mi vida, luces realmente encantadora y estoy seguro que seré la envidia de mis compañeros al verte caminar de mi brazo, pero lo mejor de todo es que el colgante se te ve hermoso. [carraspeo] Señora Graham, ¿me permite su brazo y ser su escolta?

[risilla] —Será un honor ir de su brazo, señor Graham; además, usted luce tan guapo y seductor que seré yo la envidia de todas esas abogadas tan estiradas.

Envueltos en un abrazo, la pareja salió de su apartamento.

El lugar elegido para la convención de abogados era hermosamente imponente. Las enormes puertas doradas se abrieron para dar paso a una decoración por demás fina y exquisita. Las imponentes torres de apariencia griega daban la bienvenida al enorme jardín con ornamentación floral en lirios y rosas que perfumaban la estancia. Aquella estancia era la descripción gráfica de la opulencia y elegancia que manejaban las grandes firmas de abogados que se dieron cita ese día.

La llegada de la pareja al evento no pasó desapercibida para los presentes, pues a Terence Graham no se le conocía pareja alguna y la mujer que llevaba orgulloso de su brazo era realmente hermosa y de elegante caminar. Su precioso vestido blanco parecía bailar con la suave brisa a cada paso que ella daba. Los detalles en azul marino que venían desde el borde y ascendían hasta su cintura la hacían parecer una bella ninfa que emergía de las profundidades del mar y salía a flote en medio de su espuma. La dulce sonrisa que colgaba de su rostro tenía cautivado a todos los invitados... con excepción de una.

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