Doce

1.4K 103 8
                                    

Noviembre llega con su clima extraño y su soledad prolongada. Londres se acomoda progresivamente a cada una de sus necesidades. Sobre todo porque Lena es una cobarde y está rehuyéndole al concepto de casa. Nunca ha tenido un hogar; ahora, y si decide volver, ¿qué cambiará?

Sabe la respuesta. Kara cambiará. Kara está en casa.

Y Lena quiere a Kara.

Por eso está tentada a volver, casi tanto como lo está a quedarse. Porque volver la obligaría a enfrentarse a todas las consecuencias de los actos que cometió sin pensar demasiado, los cuales se le están escapando lentamente de las manos. El cómo asesinó a su hermano, vendió una compañía mediática atada a su imagen, abandonó su empresa en manos de Sam y más importante —porque Lena es idiota y está enamorada— el cómo sigue evitando a Kara aún tras haberle permitido dormir en su apartamento. En su cama.

Lena es verdaderamente imbécil.

Sus emociones convergen en el punto de siempre, el estrés se asienta en el fondo de su mente como la única opción. Cuando Lena no sabe qué hacer y la vida se le descarrila siempre acude a estresarse sin buscar soluciones. La clase de estrés insano que la obliga a mantenerse despierta tres noches seguidas para acabar sus pendientes, aunque estos puedan esperar. El cual la aparta de las interacciones sociales y le pinta el rostro de agotamiento apático, parece permanente e irresoluble.

Mientras bebe su cuarta taza de té se plantea la posibilidad de delegarle a Sam todas y cada una de sus responsabilidades empresariales. No porque no lo haya hecho ya, pero porque está buscando escapatoria de un problema no relacionado. Necesita tiempo, tiempo para pensar y tomar aire fresco.

Aunque le agrada más su apartamento.

Sólo no quiere trabajar —es un maldito milagro—, pero tampoco quiere arrumbar sus tareas laborales porque eso aumentará sus, ya de por sí, dañinos niveles de estrés.

¿Entonces qué quiere hacer?

A Lena le encanta complicarse la vida con preguntas a las que no puede encontrarles respuesta. Santo cielo, es su propia archienemiga. Empuja la silla fuera del escritorio, poniéndose en pie con la luz grisácea de Londres metiéndose por las ventanas.

Pero Lena sí sabe qué quiere. Quiere besar a Kara Danvers. Y las posibilidades en este aspecto juegan a su favor. Podría hacerlo.

Suspira mientras se apoya en el lavabo de la cocina, considerando sus opciones e intentando no decantarse por la primera, por su preferida y por eso que lleva negándose a hacer desde hace semanas. No sólo el beso.

El beso.

Sino todo su significado. Ese es el problema. O no, es cuánto Lena odia el significado. La importancia innegable de besar a su mejor amiga. Es demasiado grande para poder imaginarlo —aunque ya lo ha imaginado— y le acelera el pulso de formas estratosféricas, porque de repente es una cursi, cayéndose de cara por su rubia amiga sin poder detenerse a ser razonable un segundo.

Por eso sigue ahí.

Donde Kara no sale en cada portada imaginable, ni sobrevuela en ocasiones su edificio y no porque no pueda hacerlo. Sólo porque Lena se marchó a Londres para dejarle clara la distancia, imposibilitándole su predilección por aparecerse e insistir. Kara ama insistir.

Lena ama a Kara.

Y ahora mismo sólo está haciéndose la imbécil.

Si Lena esperaba ser discreta, mantener un perfil bajo y definitivamente dejar de ser acosada por los medios no debió aparecerse, tan pronto como puso un pie en Ciudad Nacional, en el sitio donde los rumores son creados. En su defensa, Kara trabaja ahí, ¿qué más iba a hacer?

La forma del hogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora