Nueve

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Los lentes se encuentran sobre la mesa de café, ella está desprovista de su nuevo traje y enfundada en su pijama. Se cubre mejor con la manta, cerrando los ojos levemente. Tiene sueño, pero aún no quiere dormirse. La iluminación es tenue dentro del apartamento, las lámparas lo hacen acogedor y redondeado en los bordes, se siente mejor, casi bien. En calma. Vuelve a recostar la cabeza sobre los cojines. Lena le pone una taza enfrente.

—Deberías dormir. —Se escucha extraña.

—Tomé una siesta hace no mucho.

—Lo dices como si no fueran las dos de la mañana —dice en medio de un bostezo. Lena ocupa el lugar a su lado en el sillón, acomodando las piernas de Kara sobre las suyas propias.

—Lo dices como si no supieras con quien hablas —alega, con las manos descansando sobre la piel desnuda de las piernas ajenas porque Kara siempre tiene ideas brillantes y eligió vestir un short como pijama.

—La experta en trasnochar, ¿no es cierto? —La mira desde su postura, Lena tiene el cabello desarreglado e inconscientemente —al menos eso parece— mueve los dedos, acariciando muy superficialmente su piel—. Te echo de menos.

—Qué extraño, estoy justo aquí.

—Sabes qué quiero decir.

Y Lena lo sabe, claro. Kara es pésima ocultando sus sentimientos y en cierta medida es por eso por lo cual le gusta tanto: es transparente, genuina. Pero también es complicada.

Kara sabe sentir, pero no sabe poner en palabras esos sentimientos y Lena, quizás sí quizás no, es terrible con las emociones. Está desacostumbrada a lidiar con sentir. Las relaciones —en su opinión— son un contrato, un acuerdo. Mientras cada quien cumpla su parte todo funciona. En cambio, Kara vive el amor como una comedia romántica.

Y sí, esa comparación es descarada, pero siendo estrictamente objetivos, también es acertada. ¿Lena ha amado? Quizás, pero no de esa forma. La forma en la cual Kara la mira y Dios, claro que Lena sabe, por supuesto. Es palpable cada vez más a menudo, Kara pierde las inhibiciones una a una y Lena no puede permitirlo, ¿verdad?

Porque Kara merece algo mejor. Un buen amor.

Uno que no corra el riesgo de hacerle daño al complicarse demasiado. Lena es por definición la persona con más tendencia a complicarse demasiado. Le sonríe una vez más, continuando los circuitos sin orden sobre su piel.

—Soy muy entrañable, ¿eso dices?

Kara cierra los ojos. —¿Puedo preguntarte algo?

—Bien, sólo porque es tu cumpleaños —cede, aunque técnicamente ya no lo es.

—¿Qué te gusta en una persona? —Supone —y es una excusa— que la oscuridad la hace más valiente.

—Iugh, ¿estás preguntándome mi tipo? Qué mal tema de conversación, Kara. —Se gira en su posición, encajándose con las piernas de Kara—. ¿De pronto vas a vestir trajes y esas cosas?

—No sé, ¿te gustan las personas con trajes? —Lena se ríe.

—No —Es reconfortante estar así, capaces de ignorar el pasado inmediato, las grietas y los problemas acumulados. Son ellas y una taza de té de por medio—. No tengo un tipo, si sirve de algo.

—¿De verdad? ¿No es algo así como empresario superinteligente?

—¿Quieres decir como Sam? —Kara le frunce el ceño, abriendo los ojos sólo para demostrar más enojo—. Sólo tuve una cita con Sam, si sirve de algo.

—¡¿Tuviste una cita con Sam?!

Lena suelta una carcajada. —No fue una cita de verdad, creo. —Se encoge de hombros—. Y no, no es mi tipo.

La forma del hogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora