Para TODO hay una solución

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No se lo podía creer.

Su nombre. Su nombre había salido. Había salido. DEL PUTO CÁLIZ DE FUEGO.

No era posible, de hecho, era tan imposible que se estaba planteando estar soñando.

Ya habían salido los tres alumnos de cada escuela que competirían en el torneo. No podía haber un cuarto, ¿o sí? No, las normas eran definitivas; sólo podían haber tres campeones, uno de cada escuela participante y debían de ser mayores de edad, su participación no se podía considerar otra cosa que ilegal.

El Gran comedor estaba totalmente en silencio, algunos se levantaban de sus asientos para ver mejor a Harry, pero todos estaban en silencio mientras Harry permanecía inmóvil en su asiento.

—¡Harry Potter!, ¡Levántate y ven aquí inmediatamente!—Dijo la profesora McGonagall, que se había levantado de su asiento y había tenido una breve charla con el profesor Dumbledore.

Al ver que Harry no se levantaba, Hermione le dió un empujón. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. Después de lo que le pareció una hora, se halló delante de Dumbledore y notó las miradas de todos los profesores, incluida la de su padre, que al contrario que los demás profesores, lo miraba con desdén. Él se encogió de hombros imperceptiblemente para que su padre entendiera que no tenía nada que ver con eso, cosa que lo relegó un poco ya que su cuerpo dejó de estar tenso, aunque su mirada seguía siendo la misma.

—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír, aunque con un brillo en sus ojos que a Harry le parecía a cuando Pansy conseguía que él hiciera lo que ella quería; victoria. Harry procuró no mirarle a los ojos directamente. Había mejorado en oclumancia, incluso podía impedir que su padre entrara en su mente, pero era mejor prevenir que curar.

Harry pasó por la mesa de profesores. Harry salió del Gran Comedor y se encontró en una sala más pequeña, decorada con retratos de brujos y brujas. Delante de él, en la chimenea, crepitaba un fuego acogedor.

Cuando entró, las caras de los retratados se volvieron hacia él. Viktor Krum, Cedric Diggory y Fleur Delacour estaban junto a la chimenea.

—¿Qué pasa? —preguntó Fleur, creyendo que había entrado para transmitirles algún mensaje—. ¿«Quieguen» que volvamos al «comedog»?

Harry no sabía qué decir. Se quedó allí quieto, mirando a los tres campeones. Oyó detrás un ruido de pasos apresurados. Era Ludo, que entraba en la sala. Cogió del brazo a Harry y lo llevó hacia delante.

—¡Extraordinario! —susurró, apretándole el brazo—. ¡Absolutamente extraordinario! Caballeros... señorita —añadió, acercándose al fuego y dirigiéndose hacia los otros tres—. ¿Puedo presentarles, por increíble que parezca, al cuarto campeón del Torneo de los tres magos?

Desde ese momento, se desató un gran caos en la sala. Todos comenzaron a discutir, menos Harry y Viktor, que preferían estar al margen de todo. Harry habría discutido, pero sabía que a nadie le importaría su opinión y que incluso lo harían hacer eso mismo que no quería hacer, así que se sentó en un sofá que había cerca del fuego y comenzó a hablar con Viktor.

Se habían hecho amigos, o eso creía Harry. Habían estado comiendo y cenando juntos la última semana y a veces, saliendo a dar un paseo por los jardines, a Viktor le agradaba el clima de allí. Y por si fuera poco, no había cuestionado ni un momento la inocencia de Harry.

—Oye Harry,¿Por qué me preguntaste eso el otro día, cuando llegué?—Preguntó Viktor después de un rato de charla.

—Quería comprobar que la información que me habían dado era correcta.—Contestó éste.

Mala decisión, viejo come caramelos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora