Informática 1983 [JeongCheol]

Un alma en pena, la solución del problema

Dio un golpe de estado sin estrategia, analizar en exceso no era lo suyo, por lo general sacaba conclusiones en base a información que recién obtenía y en este caso, no haría una excepción. Ni aunque Jihoon tuviera la esperanza de un plan B. Apenas y sabían a dónde se dirigían, sería irreal tener una solución para distintos escenarios.

Lo ideal hubiera sido, ir en compañía de Jeonghan, pero a quien iba a engañar, sacarlo del internado era una misión suicida, no obstante, le resultó conveniente invitar a su amigo, pues era el único que estaba al tanto de los eventos y no haría preguntas al respecto.

Además, luego del exorcismo improvisado, quedaron en malos términos, no sabía cómo, cuándo, ni por qué, pero lo cierto es que entre ellos, algo había cambiado.

Si bien en el pasado existía una barrera que los mantenía separados, ahora había algo que desconocía, un sentimiento que crecía cada día, y los dos se negaban a darle un nombre adecuado.

Era una especie de energía, que adiestra y siniestra envolvía sus cuerpos con la intención de crear magnetismo.

De pie en la entrada del psiquiátrico, SeungCheol, indeciso por los nervios, esperó a que su padre diera el primer paso, también lo llevó consigo puesto que seguía siendo menor de edad y requería de su presencia para entrar a ese lugar, pero él no sabía la verdad, y jamás se enteraría, explicarle a detalle como consiguió la información, decirle abiertamente que en teoría robó documentos de las oficinas del internado, y por si fuera poco planeaba interrogar a un asesino, era por demasía una locura. Así que se quedaría como una simple labor social impuesta por los directivos.

Poco tiempo compartían juntos, y la idea de ambos brindar ayuda a los necesitados, de hacer trabajo comunitario, podría ser una buena oportunidad para reforzar el vínculo.

Utilizó la guía telefónica para rastrear el paradero de Wen Junhui, y le respondió una anciana muy simpática que apenas escuchó el nombre de su nieto, la voz se le quebró; al respirar profundo le explicó, que hace ya varios años, estaba cumpliendo su condena en un hospital, por un problema de salud mental, no indagó en la razón o hizo preguntas inapropiadas, pero ella insistió en que era inocente, y que todo fue un malentendido.

—¿Qué estamos esperando? —cuestionó en un intento de romper el hielo, al despeinar el cabello de su hijo.

—No lo sé —murmuró arrepentido de involucrar a su familia.

Puede que la comunicación no fuese la mejor, pero entendía la ausencia de sus padres, se casaron jóvenes, y aún seguían descubriendo quienes eran, lidiar con cosas del trabajo y un adolescente, era una pesadilla continúa. Por eso los fines de semana no ansiaba regresar a casa, pues, eran sus únicos días libres y estar ahí, les impedía divertirse. Discutían, por cancelar reservaciones y ya no tener oportunidad de intimar. Era el mal tercio de su relación.

El señor Choi, empujó la puerta sin la menor preocupación, dejando entrar primero a los chicos, los tres enseñaron sus credenciales y tras una rápida verificación, el personal de la institución, les permitió el acceso al área recreacional.

Allí, varias mesas dispersas, ocupaban en su totalidad el espacio, la mayoría de los pacientes estaban medicados, inmóviles en sus sillas, con la mirada perdida en dirección a la ventana. Otros, en cambio, parecían menos perturbados, y hasta hicieron algún comentario sobre su llegada.

Dividieron el grupo, y cada uno se encargó de hacer más llevadera su estancia, los enfermeros de turno les dieron una larga lista de indicaciones, para ponerlos al tanto de los diferentes trastornos y como abordar a los pacientes. A los que de plano hallaban incómodo el contacto, prefirieron no molestarlos y fueron con aquellos, que estaban dispuestos a platicar e incluso jugar a las cartas.