SOLO OTRO DÍA II

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Al principio solo eran los folletos de la vecina, los cuales, con un poco de esfuerzo, lograron ignorar, pero luego se fueron uniendo las indirectas del vecino, las miradas furtivas de la dueña de la tienda, la cara de malas pulgas del guardia del vecindario y hasta el comportamiento esquivo de la señora que antes les saludaba al llegar. Hacer como que no sucedía nada dejó de ser tan sencillo, y cuando el chisme finalmente cayó en oídos de su madre, Deidara supo que aquello no podía terminar bien.

– ¿¡Cómo se te ocurre!? – Ella estaba histérica, paseándose de un lado a otro en su sala de estar como si fuese víctima de una crisis – ¿Cómo fue que pudiste hacer algo tan horrible?

Sentado en la silla de la cocina, Deidara se preguntó de nuevo como fue que le pareció buena idea acudir cuando ella lo mandó a llamar.

–Simple–Se encogió de hombros–Saqué las cuentas y decidí que la pastilla me salía más barata

Su madre pareció enloquecer aún más con su indiferencia.

– ¡Esto no se trata de dinero!

– Amén que no, porque de ser así tú no me lo darías – Una mirada fija de su parte fue suficiente para recordarle la pésima relación que mantenían precisamente porque ella nunca le apoyó en nada de lo que quiso hacer, sobretodo si de dinero se trataba – Y a fin de cuentas ¿Que te importa? Tú ni siquiera te acuerdas de llamarme, tampoco es como que te afecte mucho que digamos.

– ¡Pues dile eso a mis vecinos!–Señalando desesperadamente la ventana como si por arte de magia una turba furiosa fuese a aparecer tras ella.

Déjame ver si entiendo...–Sosteniendose por un instante el puente de la nariz, Deidara procedió a mirarla con toda la fuerza de su ironía – ¿Lo que te preocupa no es "el alma de tu nieto no nacido" sino la mierda que hablan tus estúpidos vecinos? – Al no obtener una respuesta de su parte, resopló de fastidio – Que porquería.

– Búrlate todo lo quieras, pero habemos personas a las que nos importa lo que piensen los demás.

– Todos menos yo, al parecer.

– Por Dios, Deidara, no me salgas con esto de nuevo.

– No, tu fuiste la que me llamó así que te toca aguantarlo, justo como yo me acabo de calar tu maldito sermón – Infinitamente harto, él se levantó para encararla, dispuesto a darle fin a aquella diatriba que no tenía ni pies ni cabeza – No te importa esto así como tampoco te importo yo. De haber sido algo bueno ni siquiera te hubieras dignado en llamarme, pero como es algo que crees malo te piensas que tienes el derecho de venir a criticar mi vida.

– Puedo criticarte todo lo que yo quiera – Elevando la barbilla con aquel dichoso orgullo que desgraciadamente le tocó heredar, ella se vió muy digna – Soy tu madre.

Deidara alzó una ceja.

– ¿Ahora sí lo eres?

– ¡Tu fuiste el que se largó de aquí!–Le gritó entonces con una ira que él no dudo el devolverle.

– ¡Me fuí porque no soportaba vivir contigo! – Con la respiración hecha un desastre y los puños apretados, él se vió teniendo quince años de nuevo, gritándole a su madre por primera vez en su vida –  ¡Porque estaba harto de aguantar ser el culpable de tus miserias! ¡Yo no pedí estar aquí, tu me trajiste, y aún así nunca dejaste de culparme por ello!

Un tinte luminoso surcó por los ojos azules de la mujer, recordando, así como él, el desastre que siempre fué su relación madre e hijo; No es como si ella no se hubiese esforzado por ser la buena madre que el mundo esperaba que fuese, pero era tan joven cuando una de las personas en las que más apreciaba destruyó su confianza – apenas tenía catorce años, mientras que él, hace rato había cumplido los cuarenta – que jamás pudo recuperarse por completo.

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