SOLO OTRO DÍA III

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Al ver que Itachi no le seguía, Deidara tomó la súbita decisión de empacar sus cosas. No todas, pero si las suficientes para un viaje de al menos una semana. Necesitaba espacio para pensar y alejarse de todos los problemas, le urgía encontrar un lugar en el que su mente colapsada pudiera refugiarse y solo obtendría aquello alejándose de todas sus preocupaciones.

En ese momento, Itachi representaba más de la mitad de ellas.

Se fue de su casa asegurandose de que Itachi no estaba, y aunque su visión se hizo borrosa al ver que le había hecho el desayuno – quizás a modo de compensa – eso no le detuvo, continúo con su camino y terminó por tomar el primer tren que lo dejase en un sitio lejos pero medianamente conocido, al menos lo suficiente como para despejar su cabeza. No quería ir a un psicólogo, por lo que apeló a la táctica de la música, la relajación y la soledad para lamer sus heridas y luego apreciar sus cicatrices, aprendiendo quizás no a quererlas pero si a aceptar que eran una parte de la vida.

Fue un viaje terapéutico que le tomó aproximadamente dos semanas, pero a diferencia de lo que creyó encontrar en casa, resultó que Itachi también había decidido tomar unas pequeñas vacaciones.

La nota se la dejó en la mesa del comedor, algo sobre necesitar más o menos el mismo espacio que él fue a buscar en su momento, y aunque difícilmente Deidara se creía con la moral de criticarlo luego de que prácticamente hizo lo mismo, si le pareció extraño el hecho de que, a diferencia de él, se había llevado más de sus cosas personales.

No tuvo buena espina, pero como difícilmente Itachi se habría sentido diferente con su propia partida, lo dejó estar.

Con el tiempo, la soledad y la energía terapéutica de la música Deidara llegó a varias conclusiones, algo tardías, pero conclusiones al fin. Cómo que, para empezar, aunque Itachi estuvo equivocado en sus métodos para eludir el estrés, él también pecó en optar por vengarse en vez de simplemente decirle que su comportamiento le molestaba.

Debió explicarle desde un principio que sus actos le ofendian y que era el deber de ambos encontrar la forma de que aquello no se les saliera de las manos. Por supuesto, eso no excusaba lo absoluto a Itachi por su falta de responsabilidad afectiva, pero podía aceptar sin muchas ganas que ambos tomaron las decisiones que les convenían como personas y no como pareja.

Así como usualmente suele suceder cuando se tiene una epifanía, Deidara sintió la necesidad de hablar con Itachi para darle fin a la guerra que ellos mismos habían formado, pero no pudo hacerlo de inmediato.

Esto porque, en el mes que había pasado, no tuvo ninguna noticia de él.

Llamarlo fue un asunto que le tomó varios dias ya que su orgullo se veía reacio a colaborar, sin embargo, cuando finalmente se recordó a si mismo que el Uchiha no había sido el único carente de responsabilidad afectiva – la cantidad de veces que él buscó a Itachi eran apenas una minucia en comparación a las ocasiones en las que Itachi lo buscó a él – echó a un lado el coraje y decidió llamarlo.

No se tardó ni un segundo en contestar, aunque le tomó algo más de tiempo notarlo ya que no pronunció palabra alguna.

– Déjame adivinar – Ante el súbito silencio, Deidara resopló con desgana – No pensaste que llamaría.

Un suspiro se escuchó al otro lado de la línea.

– La verdad no.

– Es bueno saber que me tienes esperanzas – Más que una broma resultó casi como un reclamo, y antes de poder escuchar lo que sea que Itachi fuese a decir en su defensa, soltó lo único que en ese momento quería saber – ¿Cuando volverás?

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