TODOS LOS DESASTRES

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Deidara odiaba la idea de que alguien lo marcara.

No sabía a qué ente se le había ocurrido la genial idea de crear un mundo con omegas y alfas cuando perfectamente cada persona podía vivir por su cuenta, sin esa absurda dependencia. ¿Alfas y omegas? ¿En serio? La vida apestaba por eso, sobre todo cuando le había tocado nacer como omega en un mundo lleno de alfas hambrientos. Tampoco es como si se comportara como un típico omega como lo exigía la sociedad. Él era un ninja hecho y derecho y explotaría al primer alfa que se le acercara con la intención de morderlo.

Por suerte para él, nunca había atravesado un celo y a sus dieciséis años esperaba no pasarlo nunca. Significaba que podía tener absoluto control sobre sus instintos.

Hasta ese día, claro.

Una vez que hubo huido con un jutsu prohibido de su aldea y se formarse una reputación como terrorista, Deidara se encontró recibiendo la desagradable visita de unos extraños. Decían llamarse Akatsuki.

–¿Es un omega?–inquirió uno de ellos

Deidara solo lo miró por encima del hombro, una mirada afilada por la forma despectiva en que se refería a su naturaleza.

–Al líder solo le interesan sus habilidades, que sea omega o alfa carece de importancia–dijo el otro, el de dientes afilados

Impuso su voluntad sobre ellos, por supuesto, aceptando un desafío que perdió y como penitencia le tocó ingresar a la organización. Tuvo que despedirse del templo que habitó durante meses, saboreando una libertad que no volvería experimentar.

Miró a su enemigo declarado, Itachi Uchiha, aun cuando su técnica fuese genial y su olor le resultase muy atractivo, seguía odiándolo por el simple hecho de despreciar su arte y reclutarlo a la fuerza, frunció el entrecejo y se acercó a la fogata. Habían hecho una pausa entre el largo viaje para descansar.

Para entonces, ya era muy de noche y solo se oían los típicos sonidos nocturnos.

–¿Qué?–espetó cuando se dio cuenta de que el sujeto extraño que sería su compañero lo veía con fijeza

–Hueles–le informó. Deidara arrugó el entrecejo.

–¿Qué?–volvió a decir, esta vez más como una desconcertante pregunta que como una respuesta hostil

–A mí no me afecta, pero hay dos alfas aquí, así que…

–No voy a atravesar un celo–cortó de pronto–nunca lo he hecho y es probable que nunca lo haga, defectos genéticos, según el ninja médico hm

Volvió a centrar su vista en el fuego, frotándose las manos entre sí para entrar en calor, la cueva donde estaban era espaciosa y lúgubre, pero servía a su propósito. Terminó quedándose dormido.

El crepitar de las brasas acabó despertándolo al día siguiente, se enderezó rápidamente para descubrir que en la cueva solo estaban Itachi y él.

–Kisame fue por algo de comer y Sasori nos alcanzará pronto, levántate–dijo con tono parco y frío y salió de la cueva, Deidara solo chasqueó la lengua, irritado con su nula expresión

Iba a levantarse y salir de allí cuando de pronto un dolor como nunca antes había sentido le inmovilizó el cuerpo, se curvó sobre sí mismo, apretando los dientes mientras el dolor se hacía cada vez más intenso. ¿Qué era eso? ¿Había sido dañado mientras dormía? No, no, imposible, lo hubiese sentido.

El dolor se concentraba en un punto y de pronto ya no era solo dolor, había calor extendiéndose por su piel, incendiando cada parte de él con una necesidad que no conseguía poner en palabras, necesitaba algo y no sabía qué.

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