XVI

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Una semana posterior a la muerte de Shen Qingqiu —y aún en duelo—Luo Binghe finalmente halló las fuerzas suficientes para realizar nuevamente sus labores habituales.


La casita de bambú había comenzado a empolvarse debido a la falta de aseo que sufrió durante todo ese tiempo (razón por la cuál el demonio dedicó sus energías a limpiar y cuidar con esmero todos los objetos de su hogar —suyo y de su Shizun—).


Cuidó cada una de sus pertenencias cómo si fueran su tesoro más preciado.


Después de todo, cada cosa debía estar exactamente donde debía pues —de lo contrario— su Shizun podría confundirse una vez que volviera a casa.


Dicha rutina constituía el día a día de Luo Binghe y —todas las noches, sin falta— lloraría sobre las túnicas de Shen Qingqiu.


Después de dos semanas el Emperador celestial comenzó a escribir un diario en el que —negándose a dejar fuera el más mínimo detalle— redactaba su día, poniendo sumo cuidado en su escritura.


Sus trazos de caligrafía eran delicados pero precisos.


Ese sería el diario que le mostraría a su Shizun cuando al fin volviera por lo que no podía estropearlo.


Sí, su marido volvería.


Siempre lo hacía.


Y —por esa razón— Luo Binghe esperaría. 


Por cuanto tiempo aguardó su regreso sería algo que Shen Qingqiu averiguaría una vida después.

UN LENGUAJE QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora