XVIII

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Shen Yuan abrió los ojos mientras las lágrimas caían por sus mejillas.


Corrió apresuradamente hacia el lugar en el que guardada el diario —razón por la cuál se tropezó y avanzó a gatas varias veces antes de finalmente poder llegar a dónde quería— y —cuando por fin lo tuvo entre sus manos— lo abrió y se quedó mirando fijamente la primera página.


Shizun, por favor vuelve.


Las palabras que anteriormente había considerado una pieza muy curiosa de literatura esta vez le hicieron doler el corazón.


Sin saberlo había leído los recuerdos de Luo Binghe.


Cómo el desconocido que ahora era se había atrevido a inmiscuirse tan groseramente en el corazón de otra persona.


Tras leer una vez más el texto frente a sí ya no sintió la curiosidad previa que lo invadió la primera vez.


Todo lo que sentía era dolor.


En la última página del diario —escrita con la misma meticulosa caligrafía, como si temiera cometer algún error— Luo Binghe había vertido los últimos vestigios de su amor.


Shizun, estoy muy cansado. Lo siento. Ya no puedo mantener mi promesa.


Shen Yuan —no, Shen Qingqiu— recuperó sus recuerdos esa misma noche.


Recordó las promesas que había hecho —y también las que había roto—.


El dolor que sintió en ese momento lo hizo comenzar la búsqueda de su Binghe.


Su devoto esposo lo había esperado por tanto tiempo y él —como el Shizun egoísta que era— se había negado a volver a su lado.


Siglos.


Luo Binghe se había mantenido fiel a su promesa por siglos.


Había esperado por siglos el regreso de un hombre que jamás volvería.


Había esperado hasta que se cansó de estar solo y finalmente falleció.


Shen Yuan intentó todo lo que se le ocurrió para dar con el paradero de "Luo Binghe" (e incluso usó a su favor la influencia de su familia para acceder a todas las bases de datos que pudo encontrar) y —aún así— el nombre que tanto anhelaba ver se rehusó a aparecer en todas ellas.


El Emperador celestial realmente se había cansado de esperarlo.


Un día —mientras vagaba por las calles e intentaba volver a casa después de tener uno de sus habituales episodios maníacos— Shen Yuan vio el rostro de la persona que había anhelado durante todo ese tiempo —incluso mucho antes que recordara su vida anterior—.


Al otro lado de la calle —despidiéndose de una pareja de ancianos— estaba su Binghe.


En sus labios tenía dibujada esa hermosa sonrisa que había extrañado durante mucho, mucho tiempo.


Shen Yuan estacionó su carro en la acera de enfrente y sus pies lo dirigieron en automático al otro lado de la calle, llevándolo hacia el local en el que había visto desaparecer al joven.


Cuando se encontró frente al mostrador escuchó la gentil voz de su loto dirigiéndose a él. Era tan dulce como la miel pero todo lo que podía sentir al escucharla era dolor.


En cuanto Luo Binghe al fin apareció en su campo visual y se alejó de la barrera vegetal que lo protegía las flores se negaron a dejarlo a ir y —en su lugar— se aferraron a él con fuerza, temerosas que el cruel Shizun frente a ellas volviera a abandonar a su cuidador.


La primera palabra que salió de los labios de Shen Yuan en cuanto vio al hombre que amaba fue una muy simple.


Claveles.


Eran la primera elección cuando se deseaba expresar emociones que resultaban imposibles de verbalizar —mismas que esperaba que las flores que rodeaban a Luo Binghe pudieran susurrarle al oído—.


Claveles.


Las flores que evocaban la añoranza, el anhelo y los recuerdos.


Que hablaban de un amor puro e inocente.


Flores que simbolizaban un corazón devoto que dolía profundamente por otro.


Cuando Shen Yuan abandonó la floristería ese día, se sintió libre.


Luo Binghe era feliz.


Eso era suficiente para él.


Incluso si su amado no lo recordaba estaba contento con el simple hecho de saber que el cruel destino de Luo Binghe había cambiado radicalmente.


Que el protagonista fuera completamente feliz y no tuviera que preocuparse nunca más por volver a sufrir...


Eso era todo lo que Shen Yuan había deseado para él.






= COMENTARIOS DE LA TRADUCTORA PARA ESTE CAPÍTULO =

Oficialmente comenzamos a curarnos del dolor en el pecho y las lágrimas de tristeza. Va poco a poco, pero si llegaron hasta aquí y aún tienen ánimos de seguir con la lectura les mando un gran abrazo.

Prometo que de aquí en adelante ya no hay dagas que se claven en el corazón.

UN LENGUAJE QUE SOLO NOSOTROS CONOCEMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora