Capítulo 8

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-¿En dónde está François?- Exclamó la mujer sentada en aquella silla de madera, tan pura que parecía oro, cruzada las piernas, posicionando una sobre la otra; sus enormes mechones amarillos brillaban llamando la atención de cualquiera que pasara cerca de ella. Y así, mi madre seguía quejándose sobre cualquier mínimo defecto.

-Nuestro tío se quedó en casa, cuidando de Lucy, madre.- Colette parecía mantener la calma, la serenidad en su rostro reflejaba lo importante que era mantener la postura cerca de madre. Realmente es una mujer aterradora, incluso para la misma Colette.

-¿Lucy? ¿Hablas de la rubia huérfana a la cual François rescató? Es un fastidio- Sus gruesos labios rojos se fruncian cada vez más, dejando ver líneas de expresiones no muy propias en ella.

-Ella no es huérfana, tiene un padre que la ama... y mucho.- Alcé la voz más de lo necesario, pues no quería seguir escuchando más comentarios como esos viniendo de mi propia familia. Esta vez fui yo quien habló, y gracias a eso toda la atención se prestó a mí, incluida la mirada amenazadora de mi madre.

Tragué saliva algo nervioso, supe que no tenía que demostrar mi cobardía, así que clavé mis ojos hacia dónde mi madre, a pesar de que estos temblaran notablemente; fruncí el cejo y trataba de imitar la misma expresión que mi madre, solo que esta vez algo enfadada y rencorosa. Cruji los huesos de mi dedos y luego los de mi cuello, jugaba con los dedos de las manos para matar la angustia y la pesadilla que estaba viviendo en sólo unos segundos.

-Pero que mal muchacho eres, todos estos años en el extranjero te hicieron mal, creo que ya va siendo hora de que vuelvas con mamá,- La expresión amenazadora y superior de mi madre cambió repentinamente a una de angustia y cariño, siempre me dio asco lo hipócrita que podría llegar a ser incluso con sus mismos hijos. -En poco será el cumpleaños número diecinueve de tu hermana, así que organicé una fiesta entre nuestros socios y conocidos. No podrán faltar o siquiera oponerse, los fondos recogidos son una maravilla. -Sus palmas se juntaron, uñas de rojo esmalte hacían contraste con su pálida piel y sus ojos azules se entrecerraban debido a la sonrisa de oreja a oreja.

Volteé a ver a mi hermana, así como ella lo hizo, de nuestras bocas no salía ninguna palabra, pero nuestras expresiones dejaban en claro nuestro disgusto ante aquella declaración. -Oh, madre, se lo agradezco mucho, no tenía por qué hacerlo.- Lette mantenía su actuación a la perfección mientras yo ya lo había arruinado en cuanto abrí la boca. Ambos temíamos de nuestra madre, así que tomábamos una que otro medida para evitar causar su furia.

-También tengo una sorpresa para tí, Noah- Continuaba anunciando desgracia tras desgracia, y a mí no me parecía muy buena idea quedarme a escuchar lo que sea que iría a decir. -Escuché por ahí que tuviste una pequeña cita con la hija del jefe de un gran departamento de belleza, ¿no es así?- levantó la pierna de encima de la otra y cambió su postura en la silla.

Nuevamente, tragué saliva por lo que me estuviera esperando y medité en mis adentros, rogando por no ser víctima de algún plan malvado de mi madre. Asentí a su pregunta, sin levantar la cabeza, mirando fijo una pequeña mancha en el suelo.

-Hablé de ello con el señor Agard, y los dos coincidimos en lo siguiente... a partir de este momento, estas comprometido con Lena Agard.- Se levantó del asiento y se esfumó del lugar mientras yo aún procesaba sus palabras.

Boquiabierto, miré a mi hermana, quien también se encontraba igual de sorprendida. Ahora me encuentro en una relación acordada, como los muchachas jóvenes en épocas pasadas, compradas por un par de vacas y gallinas; pero, ¿con qué me abran comprado a mí?...

-Lena seguro estará bastante contenta, debería de compartir su entusiasmo contigo.- Colette comenzó a bromear mientras su mandíbula seguía colgando y sus párpados continuaban bien abiertos.

Mientras Intento OdiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora