Capítulo ocho

282 20 2
                                    



Recuerdo que comencé a gritar antes de detener el auto. Me acuerdo del impacto, por supuesto, la pequeña sacudida del neumático y el nauseabundo ruido sordo insoportable. Pero lo que más recuerdo son mis propios gritos dentro del vehículo. Me rompían los tímpanos haciendo eco porque tenía cerradas las ventanas. Hasta que apagué el motor fui capaz de abrir la puerta. Mis gritos entonces se convirtieron en plegarias aterradas. "No, no, no..." Es todo lo que recuerdo haber dicho.

Respirando con dificultad, corrí hasta la parte delantera del auto y no vi ningún daño. Pero tampoco vi el cuerpo. Me obligué a mí misma a observar debajo del vehículo. No vi nada. Corrí por un lado y por el otro buscándola. No la veía y tuve la extraña sensación de que quizás me había equivocado respecto de todo, que todo podía ser sólo el producto de mi imaginación.

Comencé entonces a trotar, revisando uno de los lados del camino y luego el otro, con la desesperanzada esperanza de que, de algún modo, sólo hubiera sufrido rasguños; de que tal vez sólo habría quedado inconsciente. Mis ojos exploraron la zona delante del auto, las luces de los faros continuaban encendidas. Fue entonces cuando la descubrí en la zanja, a más de diez metros. Vacilé entre ir a la casa más cercana y llamar una ambulancia o acercarme hasta donde estaba. En ese instante, hacer lo último me pareció más apropiado.

Su cuerpo yacía en un ángulo antinatural, lo noté de inmediato, una de las piernas estaba girada de algún modo como cruzada sobre la otra en el muslo; las rodillas dadas vuelta hasta extremos absurdos, un pie totalmente al revés, un brazo detrás de la espalda, el otro arriba de la cabeza. Y sus ojos permanecían abiertos.

Recuerdo que no creí que estuviese muerta, al menos en el primer momento. Pero no me tomó más que unos segundos comprobar que había algo en sus ojos que me transmitía que las cosas no estaban bien. Durante todo ese tiempo, ella no había pestañeado ni una sola vez.

Fue entonces cuando vi que corría sangre detrás de su cabeza y todo cobró sentido: sus ojos, la posición de su cuerpo, la sangre. Por primera vez supe con certeza que ella estaba muerta. Que yo la había matado.

La autopsia demostraría más adelante —y los diarios se encargaron de difundir la noticia — que ella murió instantáneamente. Aclaro esto para que sepan que estoy diciendo la verdad. Lucy no tuvo ninguna oportunidad. Y no importaba qué hubiera hecho yo después.

Recuerdo que caminé tambaleándome hacia la parte de atrás del auto y abrí el maletero. Recuerdo que encontré una manta y le cubrí con ella. Charlie sospechó que fue una forma que yo tuve de decir que lo sentía, y creo que en algo era cierto. Pero también lo hice porque no quería que nadie la viera así, como yo la vi.

Mis recuerdos luego se vuelven confusos. Lo siguiente que viene a mi memoria es que estaba en mi auto camino a mi casa. En realidad, no puedo explicarlo de otra manera que diciendo que era imposible pensar con claridad en esos instantes. Si en este momento volviera a ocurrir, si supiera todas las cosas que sé ahora, no lo hubiera hecho. Hubiera ido a la casa más cercana para llamar a la policía. Pero por alguna razón, esa noche no lo hice.

No creo, sin embargo, que yo estuviera tratando de ocultar lo que había hecho. Por lo menos no en ese momento. Creo que fui a casa porque ése era el lugar donde necesitaba estar. Como una polilla que vuela directo a las luces del porche: no tenía alternativa.

Tampoco hice lo que debía hacer cuando llegué a casa. Todo lo que puedo recordar es que nunca me había sentido tan exhausta en toda mi vida y, en vez de hacer la llamada telefónica, me arrastré hasta la cama y me dormí.

Un lugar en nuestros caminos (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora