Capítulo trece

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Esa noche Lauren no vino a buscarme.

Cansada hasta los huesos, recordé el esfuerzo que tuve que hacer para levantarme de la cama y tomar una ducha. Estaba exhausta por lo del accidente y al levantarme sentí un dolor que se extendía desde mi pecho hasta la espalda. Sentí cierto alivio en la cabeza al lavarme el pelo pero las muñecas dolían. Tomé mi desayuno y terminé antes de que mis padres llegaran. Sabía que, si me veían en el rostro las muecas de dolor, harían preguntas que yo todavía no estaba preparada para contestar.

Camila llamó esa mañana para hablar conmigo. Le hice las mismas preguntas que ella me hizo a mí. Me dijo que Lauren había ido la noche anterior, que hablaron un minuto, pero que no sabía lo que ella iba a hacer.

Y le dije que yo tampoco sabía qué hacer.

El día pasó y llegó el ocaso. Lauren siguió sin venir.

El miércoles, Camila fue a la escuela. Yo le dije que fuera y que yo le avisaría si llegara a ir Lauren. Era la última semana antes de las vacaciones de Navidad y ella tenía que terminar con unas cosas.

Yo permanecía en casa esperando a Lauren.

La espera fue inútil.

Ya era jueves y supe lo que tenía que hacer.


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Mientras tanto, en su vehículo, Lauren aguardaba mientras bebía una taza de café que había comprado en una tienda. El arma descansaba en el asiento de al lado, oculta entre las hojas de un periódico. Estaba en el lugar correcto, eso ella lo sabía de memoria. Todo lo que tenía que hacer era esperar cuidadosamente. Y a su debido tiempo, actuaría.


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Esa tarde, un poco antes de que oscureciera, el cielo en el horizonte se teñía de rojo y anaranjado cuando me subí al auto. Hice la misma parada, la de siempre. Las flores, de nuevo, se veían hermosas. Las dejé sobre el asiento a mi lado. Seguí la ruta ya familiar, que deseaba no haber tenido que conocer, y me estacioné afuera. Tuve que reunir fuerzas antes de bajarme del auto.

No vi a nadie más en el cementerio. Cerré mi chaqueta hasta el cuello y caminé con la cabeza gacha. No tenía que mirar mientras caminaba. En un minuto ya estaba frente a la tumba. Como siempre, me sorprendía lo pequeña que era.

Me incliné y dejé las flores sobre el granito, cerciorándome de no tocar la lápida. Nunca lo hice.

Generalmente pensaba en Lucy y en las decisiones incorrectas que yo había tomado. Aquel día me encontré con que mis pensamientos se centraban en Lauren. Pienso que fue por ello que no oí los pasos que se acercaban hasta que estuvieron detrás de mí:


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—Flores —dijo Lauren.

Sofía se dio vuelta ante el sonido de su voz, en parte sorprendida y en parte aterrorizada. Lauren Jauregui estaba cerca de un roble cuyas raíces sobresalían de la tierra. Tenía puesto un chaquetón largo y negro y pantalones vaqueros; llevaba las manos en los bolsillos.

—Ella no necesita flores —le comentó Lauren—, puedes dejar de traérselas. Empujó el chaquetón hacia afuera con ambas manos, como si ocultara algo debajo de él.

Sofía la enfrentó. Lauren estaba a diez metros y la muchacha vio cómo levantaba un poco su barbilla. Lauren se encontró con la mirada fija de Sofía. Cuando el silencio se volvió insoportable, Sofía miró a lo lejos, hacia la calle. Notó que el vehículo de Lauren estaba estacionado detrás del suyo, eran los únicos que ella podía ver. Estaban las dos solas entre las tumbas.

Un lugar en nuestros caminos (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora