6.2. Un eco persistente en primavera

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Debajo de la luna llena, en medio de la arena, de nuevo apareció una figura que tenía prohibido olvidar, una figura que estaría ahí hasta que él muriera

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Debajo de la luna llena, en medio de la arena, de nuevo apareció una figura que tenía prohibido olvidar, una figura que estaría ahí hasta que él muriera.

Ella hablaba cosas que él no entendía, palabras incomprensibles que dejaban su boca, pero no llegaban a los oídos de él. Solo importaban sus ojos severos, rodeados de arrugas, de un azul que lo paralizaba, que lo empequeñecían, que le provocaban querer arrodillarse frente a ella. «Perdón por no ayudarte, perdón por no salvarlos, perdón por abandonarlos».

En sus labios finos y resecos dibujó lentamente una mueca. A pesar de que él había crecido desde la última vez que la vio, aquella expresión le hizo pensar en el Santuario de Buitres, en la estatua de Kirán mirando hacia abajo mientras se desangraba. Sabía por qué ella lo miraba así.

Ella alzó su mano hacia su rostro, sus venas y sus huesos resaltaban en su mano chamuscada. No trató de apartarse.

No podía evitarlo. No había nada qué decir, no había nada que sentir, no había nada que escuchar de un muerto, no había manera de volver ahí, a ese momento. No había nada más que esperar no volverla a ver jamás en sus sueños porque sabía que ni un solo perdón frente a su tumba, frente a su cuerpo, ahí mismo cambiaría el hecho de que solo la observó envuelta en llamas y deseó que muriera en lugar de hacer algo.

—Nunca entiendes, guardián.

Ella no golpeó su mejilla, bajó la mano. Ashe alzó la cabeza. Algo era diferente aquella vez, era mil veces peor. Su rostro era claro y definido, no solo ojos y boca, sus gestos casi reales, no como los de la interpretación amansada que Ashe recordaba. Era la maestra mayor que castigaba, que golpeaba, que escupía palabras mordaces y lo arrastraba en ellas como a un animal. No era el sueño en el que ella le hablaba y le culpaba, era ella.

No tuvo que esperar mucho para comprenderla, cuando sus palabras fueron claras como el filo de las navajas. Ella se aproximó a él y lo tomó del cuello de su ropa.

—Eres un inútil. ¿Eres tonto o qué? —comenzó ella.

Su voz perdida en el tiempo agitó el corazón de Ashe, pero se contuvo, no tenía caso. No tenía caso escuchar. Aquello ya lo sabía.

—Todos lo saben, todos saben que el Confín es solo la tierra de los Ashyan. ¿Creíste que afuera sería distinto? ¿Qué los demás te aceptarían como lo hicimos nosotros?

»Ni siquiera puedes decir la verdad completa porque cuando lo hagas, sabes lo que vendrá. ¿Crees que si se enteran seguirán permitiendo que viajes con ellos?

Ashe no la miró. Estaba muerta y los muertos no tenían voz, no tenían palabras. Él había decidido que quería que muriera. Él escuchó sus gritos, sus plegarias a un dios que jamás escuchaba, había purificado su cuerpo con phens, y él mismo le había pasado el cuchillo a sus maestros para que los buitres pudieran devorarla con facilidad.

Los susurros en el desierto y el espíritu blanco | El Legado Solar #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora