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Hay tres cosas que temer en Istralandia: la primera es el desierto y el Confín, la segunda son reyes ambiciosos que quieren más de lo que tienen, y la tercera son los Ashyan, espíritus que devoran humanos y manipulan a la gente hasta...
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En Istralandia, dicen que la tumba de un rey es la cuna de otro. Eso; sin embargo, pocos lo saben. En los mil años en mi encierro, el país de los buitres vio morir a su Rey del Reyes, al Rey Buitre, después, vio la muerte y el nacimiento de miles de reyes, todos reyes kiránicos, descendientes directos, reencarnaciones de Kirán. La única alma permitida regresar una y otra vez después de alzarse al Sol...
Quizá la caída de Istralandia como un imperio estaba escrita desde que ese hombre pisó el trono, pero el punto más importante fue cuando la dinastía kiránica cayó. Cuando los palacios adornados de oro y huesos se tiñeron de sangre de no solo un rey, sino de todos los que poseían la sangre de Kirán en sus venas, todos aquellos con los ojos teñidos en un velo por el Sol. Ese día el destino de esta nación sin duda se selló.
Al menos el nacimiento de un nuevo rey significó la caída de una dinastía entera que había nacido usando la vida de otros.
Dicen que la nueva dinastía entró por las puertas de la capital del palacio de Floriskitria, que Esenke Ganzig alzó una espada hecha de hierro blanco y destruyó el trono de una dinastía de mil años en una sola noche antes de que los In'Khiél lo proclamaran el nuevo rey de Istralandia. Dicen que los kiranistas lloraron un año entero, y que el Sol se tiñó de sangre en el amanecer y en el atardecer por tres años. Dicen que los templos de An'Istene se llenaron de lágrimas cuando las estatuas de Kirán fueron destrozadas y su nombre prohibido. Dicen que el alma de Kirán se pudrió en el Confín cuando asesinaron a cada uno de sus descendientes y cuando prohibieron el kiranismo en el norte de Istralandia.
Desearía haber podido ver aquello, desearía poder ver como la sangre y todo lo que An'Istene había luchado por construir con Kirán se desmoronaba en una noche, pero yo estaba en un templo oscuro donde todos los días solo podía escuchar las plegarias a sus nombres.
A aquel lugar apartado del mundo para siempre y ocultó entre la nieve jamás llegaron noticias.
Sin embargo, hay una historia que sí conozco, que conocí en un festival. Sé bien como un general, el tercer príncipe de la dinastía kiránica huyó cuando supo que todo estaba perdido, sé bien cómo tuvo que abandonar todo solo para proteger su esposa y a sus dos pequeños hijos que lloraban por su familia. Sé bien la historia de cómo crecieron pretendiendo no ser nadie, y de cómo perdieron todo diez años después. Sé bien la historia del segundo hermano que dejó todo atrás para salvar la última esperanza de la dinastía kiránica.
Desearía que esa sangre maldita hubiera muerto por completo. Desearía que todos ellos estuvieran entre mis dedos y no en los de An'Istene. Porque así, podría asegurarme de que ninguno de ellos renaciera jamás.
En las orillas de Vultriana, lejos del pueblo bajo y rodeado de campos de cultivos, había una pequeña casa de madera roída. Como siempre, y por orden de Mires, las luces permanecían apagadas, y si no hubiera sido por la discusión adentro, Adhojan hubiera dado la vuelta. Habían pasado tres meses desde que se había ido de ahí, y había vuelto con la cola entre las patas porque no tenía otra opción. Era lamentable.