7.1. Residuos de un recuerdo

17 4 127
                                    

Entre cientos de espadas que lucharon en Oscuridad Menguante contra los Ashyan, dos resaltaron:  una blanca, fulgente como el Sol, el pilar de Istralandia, que cargaba las palabras de An'Istene y hecha para comandar; y otra, de hoja negra, hecha p...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Entre cientos de espadas que lucharon en Oscuridad Menguante contra los Ashyan, dos resaltaron: una blanca, fulgente como el Sol, el pilar de Istralandia, que cargaba las palabras de An'Istene y hecha para comandar; y otra, de hoja negra, hecha para absorber la luz del mundo, ansiosa de sangre, forjada de las entrañas del Confín y del Sol, forjada para acabar con los Ashyan.

Fueron ambas espadas las que vencieron a Ahrim y le condenaron al encierro y a una muerte lenta. Sin embargo, solo se recuerda la espada de Kirán en las historias del pasado.

La espada negra perteneció a la Dama Obsidiana, una de las últimas descendientes del Sol caída en la arena, la primera guardiana de Kirán. La única espadachín en Istralandia capaz de cortar cualquier objeto en dos en un pestañeo.

Cuando se conocieron, Kirán confiaba en sus habilidades y en ella tanto como ella confiaba en el futuro que él podía brindarles a aquellas tierras extensas plagadas por los Ashyan.

Eso fue hasta que los Ashyan corrompieron su mente.

Así, ella abandonó todo. Abandonó su promesa a An'Istene, abandonó el templo que prometió proteger y atacó a Kirán. La batalla fue intensa, pero al final, Kirán degolló a la Dama Obsidiana y la purificó. Y así, con su muerte, al ser ofrecida a An'Istene, al ser devorada por los buitres, los Ashyan no volvieron a aparecer en estas tierras. Kirán murió poco después por las heridas en batalla, y el luto duró casi una década.

—Dicen que por siglos los guardianes que ella entrenó tuvieron prohibido abandonar el templo de Kirán porque podían corromperse como la Dama Obsidiana. Y así, con los años, se extinguieron por completo de Istralandia —terminó de contar Medet.

—O tal vez quedan algunos en el mundo, convertidos en sirvientes de los Ashyan —dijo Dayan y miró de reojo a todos alrededor de la fogata, pero por alguna razón, miró a Ashe por un buen rato.

Después de detenerse en las posadas del desierto, la caravana se dividió en dos grupos para seguir. Uno era el grupo que tomaría el camino más común, aquel que solía ser patrullado frecuentemente por soldados. Ese grupo llevaba los deslizadores, los bienes más valiosos, y era guiado por la Dama Inkerne, quien ya conocía aquella ruta. El otro grupo estaba dirigido por Jossuknar y el líder de los guardias, el señor Ireal, y guiado por Mariska y sus habilidades de cartografía. Después de todo, era una ruta que no se había usado en más de veinte años, y muchas cosas habían cambiado con la erosión.

En aquel segundo grupo, viajaban todos los usuarios del Kevseng, algunos comerciantes menores y algunos guardias, y por supuesto, Ashe.

En esos primeros dos días, Mariska y Ashe hicieron sus tareas de siempre: adelantarse, comprobar las rutas, tomar mediciones con un sextante, hacer correcciones en el mapa y escribir de vuelta al grupo luego de encontrar un sitio adecuado para acampar. La única diferencia era que por seguridad, en lugar de ir solos como antes, ahora un guardia extra los acompañaba.

Los susurros en el desierto y el espíritu blanco | La Herencia Solar #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora