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Hay tres cosas que temer en Istralandia: la primera es el desierto y el Confín, la segunda son reyes ambiciosos que quieren más de lo que tienen, y la tercera son los Ashyan, espíritus que devoran humanos y manipulan a la gente hasta...
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Algunas tradiciones permanecen por años impregnadas en las memorias del pueblo, grabadas en roca para el futuro, transmitidas a través de historias y e incluso a través de pequeños hábitos. Desde un festival de flores, cuentos, poemas y el uso del Kevseng; hasta servir el té caliente con leche, con sal, con alguna grasa animal o con especias; o incluso como pensar en los In'Khiel si el viento cambiaba de dirección.
O por ejemplo, la creencia de que los ejércitos atraían aquello que debía permanecer en el Confín, y que los In'Khiel evitaban las tierras alimentadas con sangre y metal incluso miles de años después. Así, en el Valle de Serpientes, en especial en las estepas donde quedaban túmulos antiguos, los pastores y los mismos ejércitos encendían incienso y llamaban a sacerdotes de An'Istene para purificar la tierra y alejar a los Ashyan.
No había nada de agradable en que la tierra se llenara de pestilencia.
Aquella mañana, el Valle de Serpientes olía ligeramente a incienso y a hierbas quemadas. La neblina no permitía ver mucho más allá de cierta distancia, pero el guía de aquel grupo parecía capaz de señalar en dónde se encontraba Saeehn incluso con los ojos cerrados. Ciertamente la distancia entre ambas ciudades era grande, y para evitar encontrarse con bandidos, con el ejército de Altan o que el sacerdote hiciera una emboscada, Adhojan le preguntó a un grupo de la caravana que se había separado para ir al este si podía acompañarlos.
Habían aceptado con la condición de que el sacerdote de mantuviera callado durante todo el viaje, y así, Adhojan terminó cansado mucho antes de lo que esperaba. Cada que abría la boca, Adhojan debía recordarle que bajara la voz y que fuera rápido con sus preguntas. Para aquel punto, el sacerdote también estaba fastidiado de las interrupciones, pero por fin se había dado cuenta de que si seguía hablando demasiado alto con sus palabrería acerca de cómo trataría a la gente de la nueva dinastía si los kiranistas lograban retomar el trono, la caravana lo abandonaría en medio de la nada.
—¿Por qué a Saeehn? —preguntó el sacerdote en voz baja con una mueca—. Pudimos ir por pistas a ese pueblo.
—No te hubieran aceptado —dijo Adhojan.
—¡¿Cómo qué no?! ¡¿No saben quién tiene más dere-...?!
El sacerdote de Kirán calló en cuando Adhojan lo escrutó con los ojos en blanco, y al frente un mercader de la caravana se removió al escucharlos.
—Calla —pidió Adhojan y pensó en cómo mentirle—. Hay pistas ahí.
—¿En Saeehn? En Saeehn no hay ni mierda. Ni siquiera hay templos a An'Istene. Hay más bárbaros que en el Confín.
Adhojan rodó los ojos.
Saeehn era una ciudad importante en el Valle de Serpientes. Se encontraba a las orillas del Mar de Sal, donde se extraía sal desde siglos atrás. En el pasado, debido a eso y a las tierras fértiles más hacia el norte, funcionó como un centro de comercio importante para la dinastía kiránica, pues conectaba el sur de Istralandia, el este y el oeste con el norte. Sin embargo, no había templos a An'Istene ni a Kirán en forma porque los nómadas habitaron ahí por generaciones, y porque otros viajeros con diferentes creencias lo impidieron. Era una ciudad donde se reunía gente de muchas religiones y lugares.