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Hay tres cosas que temer en Istralandia: la primera es el desierto y el Confín, la segunda son reyes ambiciosos que quieren más de lo que tienen, y la tercera son los Ashyan, espíritus que devoran humanos y manipulan a la gente hasta...
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Advertencia: Este capítulo tiene tópicos que pueden afectar a algunos lectores, entre ellos, se incluyen menciones de coerción sexual y reproductiva, además de ideación suicida. Se recomienda discreción.
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A la mañana siguiente, los ancianos que los recibieron el día anterior les ofrecieron desayuno y discutieron los detalles de todo lo que había conducido al pueblo a enviar una solicitud a Udekerev. La porción era pequeña, insípida y simple, a diferencia de los platillos en Vultriana y en sus viajes con la caravana. Era similar a lo que comía en el templo con sus maestros cuando no lograban cazar nada. Comió sin quejarse y en silencio.
Mariska estaba devastada. Solo revolvió la cuchara en el plato y probó bocados de vez en cuando, pero puso más atención a la conversación.
—Entonces la solicitud a Udekerev...
—Es que necesitamos algunas cosas, señor —explicó el anciano—. Más gente quiere conocerlos hoy y mostrarles nuestro pueblito, y ya verá, ya verá qué es.
—¿No podría decirnos? —preguntó el señor Ireal—. Realmente no tenemos mucho tiempo.
—¿Ustedes creen en Kirán y en An'Istene?
Mariska se atragantó con la comida al escuchar la pregunta. Dérukan le dio unas palmadas en la espalda y Ashe le pasó un vaso con agua. Los ancianos los miraron uno por uno.
—Con lo que pasa en la dinastía actual... —comenzó la Tomiris y el señor Ireal le dio un codazo.
—¿Qué dijiste, cariño? —preguntó la anciana—. ¿Qué sucede con la dinastía kiránica?
Tomiris miró a Ireal sin entender y frunció el ceño antes de preguntar otra cosa. Ireal negó con la cabeza, pero ella continuó:
—¿No han escuchado?
—¿Qué cosa? —preguntó el anciano.
Dérukan frunció el ceño, extrañado.
—¿De verdad no lo saben? ¿No tienen contacto con el exterior? ¿En veinte años no han sabido nada...?