7.2. Residuos de un recuerdo

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Nacer, morir

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Nacer, morir. Renacer o pudrirse. Existir o desaparecer. Tanto para An'Istene como para Kirán, el mundo siempre había sido una opción u otra, un mundo donde solo existía lo correcto y lo incorrecto, lo que se debía hacer y lo que no. Y así, An'Istene decidió ignorar un ciclo, y Kirán protegió estos ideales por un milenio con sus templos y seguidores. Era muchas cosas, temor, miedo, control. Era el caos nacido de los Ashyan, era ese mundo regido por ellos lo que perturbaba a Kirán en sus sueños, y a An'Istene en su supuesta luz. Era el temor a un fin eterno.

Los susurros de los In'Khiel contaban que todas las experiencias de las tres almas, desde su nacimiento hasta su eventual muerte, la desaparición de las dos almas mortales y el renacimiento del alma inmortal en una nueva vida se conectaban mediante recuerdos. Y quien guardaba los recuerdos de las cosas, de los espíritus, también guardaba los recuerdos del mundo: fragmentos de historia perdidos en el tiempo, palabras soltadas al viento, vidas incompletas, la verdad.

Existió mucho tiempo atrás un Ashyan que protegió estas cosas, que murió antes de que An'Istene y Kirán obligaran al Confín a permanecer en oscuridad. Pero una espada negra y una espada blanca destrozaron su máscara e hirieron su corazón.

Kirán asesinó a este Ashyan. Aun así, mil años después, sin un cuerpo, sin una mente, sus residuos continuaban existiendo en el mundo.

Tal vez por eso, esa misma noche, mientras Mariska dormía profundamente, no quiso despertar de aquel sueño. Deseó verlo un poco más, deseó quedarse ahí para siempre si era posible.

—Mariska, Mariska —llamó alguien.

Mariska se removió. Para entonces, el sueño se había desvanecido de su mente, como la arena arrastrada por el viento. Se quejó.

—¿Qué? —preguntó con modorra y molestia.

—El señorito Ashe no está.

Mariska tardó en procesar aquello, incluso sintió que de nuevo estaba soñando. Era un sueño horrible. La agitaron de nuevo, no abrió los ojos, y le hablaron con firmeza.

—Mariska, Ashe no está.

Entonces abrió los ojos y se incorporó de inmediato. Su mente todavía no se acostumbraba a estar despierta y sus ojos tardaron en ajustarse a la luz. Jossuknar estaba a su lado, iluminado tenuemente por un cristal de sol. Su rostro era grave. Mariska colocó una mano en el suelo y sintió cuero, era la espada de Ashe, enfundada.

La tomó, la alzó y miró a Jossuknar.

—¿Qué dijiste?

—Faltan personas de nuestro grupo, señorita Mariska —dijo Jossuknar—. Incluido el señorito Ashe.

Mariska se levantó aquella vez, se puso los zapatos y antes de que Jossuknar entendiera su reacción, ella se alejó con la espada apretada. Miró a su alrededor. Todo estaba demasiado oscuro, como si la luz de los cristales solares se hubiera agotado, lo que era extraño porque los recargaban todos los días.

Los susurros en el desierto y el espíritu blanco | La Herencia Solar #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora