I. El Médico Ferreira

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AVISO IMPORTANTE: estoy editando la historia; así que es POSIBLE que haya (temporalmente) algo que no encaja en la trama. Igual tranqui; nada muy grave. Disfruten ;)



"EL MÉDICO FERREIRA"


El sonido de un golpazo hizo saltar al Kun de la cama. Le tardó cinco segundos y tres vistazos darse cuenta de que la de Leo estaba vacía, y ahí nomás se deshizo de la única sábana que no se había caído al piso. Corrió hasta la puerta del baño, murmurando "¡Uh, éste se mató!".

—¿Todo bien ahí, pá? ¿Qué pasó, te caíste? ...¿Pá?... ¡Messi!

Nada. Giró el picaporte y lo empezó a zamarrear, pero no se abría.

—¡Pará!

—¡Ah! 'tas vivo. Menos mal. —Aunque sonó raro. Como si le costara hablar. O pensar—. ¿Estás bien?

Leo le contestó. Pero si de por sí era difícil entenderle, menos atrás de una puerta y en un estado dudoso. 

—¡Qué? ¿Que llame a quién? Uh, no se te entiende nada, loco.

¿La presión del mundial había sido demasiada y optó por recurrir a las drogas? No, éste más asco le tenía a esas cosas después de lo de la hormona, ¿qué iba a andar consumiendo o inyectándose boludeces por placer? 

"Por ahí le agarró fiebre y está delirando", pensó.

—¡A Ferreira! 

—¿Quién es Ferreira? —chilló, haciendo montoncito.

"Está re mal, pobre". 

Pero apenas detectó la palabra "médico" la tranquilidad se le esfumó.

—Llamálo... con... Con mi celular —balbuceó Leo con la respiración agitada.

—¡Voy! 

Corrió hacia la mesita de luz como si se tratara de desactivar una bomba. Tomó el celular de Leo, que siempre dejaba ahí encima. Buscó entre los contactos "Ferreira".

—¿Qué pasa, pibe? —se escuchó poco después del tono.

Kun soltó todo de una:

—Leo está encerrado en el baño y necesita que venga ya.

Silencio.

—Ahí voy.

El hombre colgó. Kun estampó el celular en la mesita y regresó a la puerta del baño.

—Ahora viene —le comunicó a Leo—. ¿Necesitás algo, mientras? Pedime, pá. Yo te traigo.

—No... Gracias —le respondió como si decir "no, gracias", todo al mismo tiempo, requiriera demasiado esfuerzo.

No hubo nada más que decir entonces. Kun se limitó a esperar dando vueltas por la habitación, apretándose el brazo o pasándose la mano por el pelo. Cuando por fin se escuchó el ruido de la puerta abrirse, entró un viejo canoso, pelado y narigón. Cerró la puerta tras de sí y lo miró de arriba abajo a través de sus lentes de culo de botella.

—Andá a ponerte algo, pibe —gruñó.

Como si fuera el mediodía y ya todos debieran estar levantados. 

Se dirigió hacia el baño sin más comentarios, con el morocho pisándole los talones. 

—Mire que lo cerró, ¿eh?

Ignorándolo, el médico tocó la puerta.

—Abrí, pibe —dijo. Recién en ese momento Kun se fijó en la jeringa que llevaba en la mano.

—¿Qué es eso? —exclamó.

El viejo levantó sus peludas cejas de modo que la piel de su frente se arrugó como un acordeón.

—Una inyección. 

Abrió la puerta, entró, y se la cerró en la cara.

𝐀𝐂𝐄𝐏𝐓𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora