IV. Los problemas del celo

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 "LOS PROBLEMAS DEL CELO"


Leo no se sentía bien. Aunque tomara la pastilla de mierda ésa, cuando estaba en celo se sentía todo débil, pesado, y aparte le dolía la cabeza.

Apenas bajar las escaleras una ola de aromas de alfa le entró por la nariz dándole un mareo. Antes de que pudiera evitarlo, sus ojos ya se habían clavado en el grupo con un brillo hambriento. Ahí estaban tres alfa; Javi, el Pocho e Higuaín, charlando mientras se dirigían a la mesa con las bandejas en las manos. 

¡Mamita...! (como diría el Kun); dos eran casados, encima. 

Apartó la vista, con un nudo de culpa y asco de sí mismo en la garganta. Por allá, más lejos en la mesa, estaban el Kun, Angelito y Gago; dos beta, un omega. Se acercó y se sentó junto a Gago, separado por él del Kun. Fue a propósito; porque el Kun lo tocaba mucho, era demasiado "pegajoso".

—Buen día —saludó.

Al devolverle el saludo, le pareció que el Kun lo miraba raro. No le dio bola: por ahí se lo imaginó nomás. O por ahí le parecía raro que no se sentara al lado de él.

Mientras los otros hablaban de los desodorantes y de la mala calidad de algunas marcas (que producía picazón tanto en las axilas como en la nariz), Leo sintió que el Kun lo espiaba. Viró en su dirección y se topó con su mirada; pero no tuvo tiempo de preguntarle qué carajos le pasaba porque de repente vino Nico Otamendi y se sentó junto a él, con su fortísimo aroma a fruta fermentada, parecido al licor y también, embriagante.

—¿Ya estás bien vos? —le preguntó cordialmente, palmeándole la espalda y poniéndole la mano en el hombro.

Leo se tensó (...para no calentarse); sus ojos se clavaron, aunque con su cara de nada, en la mano de Nico por un momento en que tuvo el irracional impulso de morderla.

—¿Leo?

—Eh, sí. 'toy bien —murmuró volviendo la vista a su comida.

Aprendió a disimular y contenerse bastante bien. Pero seguía siendo desesperante el tener a un alfa al lado, tocándolo. Era como tener enfrente un sánguche de milanesa envenenada después de una semana sin comer: la tentación, enorme; las consecuencias, fatales.

—¿Seguro? Tenés una cara, boludo... —agregó Nico, inclinándose un poco hacia él.

Leo sintió que la piel le cosquilleaba, que su estómago daba un vuelco, que su...

—Sí, sí, sólo un poco cansado, no dormí bien —balbuceó rápidamente. 

—¿Qué no vas a dormir, hijo de puta? —soltó el Kun con aire indignado—. ¡Si palmaste en medio segundo y encima te despertaste más tarde que yo!

—Sí, pero me desperté mucha' vece' a la noche.

Kun chasqueó la lengua con una expresión de incredulidad.

—Por ahí vo' no lo dejaste dormir, boludo. Seguro roncás —replicó Di María señalándolo con la barbilla.

—¡Sí, vo' también, hijo de puta! —lo acusó Nico. Luego viró hacia Leo—. Ya fue, venite a dormí' conmigo y que Ángel vaya con el Kuni.

La cabeza le dio cinco vueltas con la imagen mental; ya casi apunto de estallar, se concentró en mantener la vista pegada a su regazo mientras el rojo iluminaba sus pálidas mejillas.

—Cerrá el orto —oyó decir al Kun justo entonces—. Aparte no ronco yo. ¡Y ya sacá esa mano, degenerado!

Se escuchó un sonoro manotazo. Leo volteó hacia el Kun, sorprendido. Éste miraba a Nico con el ceño apretado. Tenía un poco cara de estar jodiendo, aunque ese manotazo no sonó como ningún chiste.

𝐀𝐂𝐄𝐏𝐓𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora