"NADA DE QUÉ PREOCUPARSE"
Leo descansaba en el suelo, aún sentado contra la puerta. Aunque aún se encontraba débil, su temperatura había disminuido y la sensibilidad al tacto ya no era tan intensa.
Cerca de él, el doctor estaba sentado sobre el retrete, con los codos reposando sobre los muslos y las manos lánguidas. De una de ellas colgaba la jeringa vacía. Con la vista en el piso, soltó un suspiro relajado, digno de un anciano impasible como él.
—Bueno —miró a Messi—, ¿querés que llame a tu amigo ahora? Yo no te puedo cargar, pibe.
Leo arrugó la expresión, frotándose la cara con una mano.
—No sé..., la verdad no quiero que me vea así —murmuró.
Ferreira lo veía con ojos comprensivos.
—Podemos esperar a que la inyección te estabilice un poco más —dijo.
Leo asintió con pesadez. Se quedó en silencio por unos minutos. Pero de pronto volteó hacia el doctor con ojos inquietos.
—No le dijo nada, ¿no?
—No, no —negó Ferreira con un tono de seguridad.
—No se lo vaya a decir, por favor.
El otro volvió a negar, ceñudo.
Los ojos de Leo observaron al anciano con suave agudeza, antes de recostar la espalda contra la puerta, con un suspiro profundo y aliviado. Luego llevó su mano al brazo del hombre, presionándolo con aprecio.
—Gracias por no decirle a nadie, eh. De verdad, no sabe lo agradecido que estoy con usted —dijo viéndolo a los ojos.
Ferreira sonrió con calidez, palmeándole la mano un par de veces.
—Tranquilo, pibe. Vos no te preocupés que no le voy a decir a nadie.
Leo le devolvió la sonrisa para soltarlo justo después. Entonces ambos miraron al frente. Se quedaron en silencio, esperando hasta que la inyección estabilizara la temperatura y la debilidad de su organismo.
El Kun estaba apoyado en la pared, con la vista perdida en el suelo. Tenía las manos juntas y retorcía sus dedos, impaciente. Una y otra vez rememoraba el sonido de la voz de Leo; como si estuviera débil, enfermo.
"¿Para qué era esa inyección?", se preguntó con un mal presentimiento. Que él supiera, Leo no tenía ninguna enfermedad que requiriera tratamiento, y lo de la hormona de crecimiento ya había terminado hacía mucho. De pronto un pensamiento fatalista lo estremeció de pies a cabeza:
"Por ahí le agarró algo jodido y no quiere decirnos."
Justo entonces la puerta se abrió por fin, y salió el médico.
—¿Ya? ¿Ahora? ¿Ya está todo bien? ¿Puedo pasar ahora ya? —preguntó el Kun con atropello, despegándose de la pared de un brinco.
—Sí, sí, "ya" calmáte. Mirá —empezó a decir el viejo, viéndolo fijo y algo serio—; está bien. Está tranquilo. Solo necesita descansar. Vos dale una mano para caminar, nomás.
—¡Para caminar? ¿Qué...? ¡¿No puede caminar?! Pero ¡qué le pasó? No entiendo. ¿Para qué era la inyección?
Ferreira negó.
—No es nada de qué preocuparse —exclamó, molesto—: tuvo un desmayo porque no estuvo comiendo bien, le bajó la presión y le dieron náuseas, mareo... Está con un poco de fiebre en este momento. ¡Bueno, andá, dale! Yo los dejo porque tengo cosas que hacer.
Sergio frunció el ceño por un instante, porque una imagen de Leo (en el día anterior) comiendo un bife de pollo se cruzó por su mente. Se despidió del médico y entró en la habitación. Todo estaba en silencio.
Leo le dio su permiso para entrar con una voz perezosa; pero sin jadeos ni tropiezos ni sonidos extraños. Así que, despacio, giró el picaporte y se asomó: ahí estaba, sentado con la espalda contra la pared, las rodillas elevadas y los brazos apoyados perezosamente sobre su abdomen desnudo. El Kun cerró la puerta mientras lo inspeccionaba en silencio: tenía las mejillas un poco coloradas, los ojos cansados y unos mechones pegados a la frente por culpa del sudor. ¿Eso era por la fiebre? Se preguntó.
—A ver, te ayudo, pá —dijo extendiendo una mano hacia él. Cuando Leo la tomó lo levantó de un tirón y lo cazó por la cintura para sostenerlo. Entonces él se estremeció, agarrándole la muñeca.
—¡No me apretés ahí! —masculló, tembloroso.
—Perdón —dijo. Trató de ojear su costado por impulso (porque desde su posición era imposible), como para ver si Leo tenía un golpe o algo que le hiciera doler y por lo cual no pudiera tocarlo.
Aflojó el agarre. Leo le pasó un brazo por encima de los hombros, apoyándose en él; y así salieron del baño.
Lo ayudó a sentarse en la cama y a recostarse, de modo que tuvo que inclinarse sobre él, casi encima. Cuando trató de separarse sintió que Leo lo retenía. Lo miró desconcertado, y un escalofrío recorrió su espina dorsal, el corazón le retumbó en el pecho: el diez tenía las pupilas posadas en sus labios.
Pero fue sólo un instante, tan corto que bien pudo haberlo imaginado. En seguida Leo lo soltó y se separaron. Kun se alejó y lo observó con tímida curiosidad, ...pero Leo ya ni siquiera lo miraba; tenía el rostro hacia la pared.
—Gracia', Kuni —lo oyó murmurar después.
—No pasa nada, pá. Vo' descansá tranquilo.
Se dio vuelta para ir a vestirse, porque ya había amanecido y dentro de poco estaría el desayuno; pero la voz de Leo lo detuvo.
—Che, ¿Kuni?
—¿Eh? —lo miró sobre el hombro.
—Vos no les digás nada a los chicos, ¿no? —. El tono le cayó un poco pesado; sonaba como si lo acusara de antemano—. Si te preguntan decile' que me dolía la cabeza y que no voy a bajar a desayunar. No quiero que se anden preocupando.
—Sí, quedáte tranquilo, Leo. Les digo.
—Depué' voy igual...
—Y, si te sentís mal quedáte, nomás. Yo le explico al Diego si querés.
—No: te dije que voy.
—Bueno, bueno...
Sergio rodó los ojos. Sabía que cuando Leo ponía ese tono era mejor no contradecirlo. Era un cabeza dura: hacerlo cambiar de opinión era todo un tema.
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𝐀𝐂𝐄𝐏𝐓𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐒
Fanfiction(KUNESSI), (OMEGAVERSE). Leo está empezando a sufrir las consecuencias de guardar un secreto, cuando el Kun lo descubre. Compartirlo no es fácil y tampoco le gusta. Pero a medida que las cosas suceden, se da cuenta de que el Kun es dulce con él y só...