IX. La Glándula

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IMPORTANTE (para mí): por favor, no sean lectores fantasma. Por supuesto no obligo a nadie a votar, pero si les gusta la historia y creen que lo merece dejen su voto al menos. Porque la verdad, aunque no parezca, me costó mucho escribir esta historia y lo hice siempre con consideración hacia los lectores, siempre tratando de no venderles clichés, cursilerías estúpidas o dramas terribles que no tienen solución aunque me tentara a hacerlo (porque es más fácil). Gracias por su atención (si es que tuvieron la amabilidad de leer jaja) y perdón por la extensión de la nota.



"LA GLÁNDULA"



Tenía un ligero dolor de cabeza desde hacía unos minutos; y no se había podido volver a dormir. Pero estaba maravillado (y un poco asustado) por la inmunidad de Sergio hacia las alarmas. Era casi espeluznante, hasta el punto que Leo hubiera pensado que estaba muerto, si no fuera por los insoportables ronquidos que no salían exactamente ni de su boca, ni de su nariz.

Como ya iba siendo hora de bajar, fue a sacudirlo.

—¡Kuni, despertáte! —dijo, acuclillándose junto a la cama.

El dormido tomó aire como si acabara de volver a la vida. Abrió los párpados lento y posó la mirada en él.

—¿Qué hora es?...

—No sé, como la' ocho y media.

Sergio llevó los puños a sus párpados, frotándolos con un perezoso "mh, ahí voy".

Pero no hizo ademán de levantarse. En cambio, elevó la vista al techo y sus ojos parpadearon de forma pausada. De pronto miró a Leo, que a su vez lo estaba viendo con una fijeza constante.

—¿Qué? —exclamó asustado, pegándose un poco a la almohada.

Leo negó con la cabeza como toda respuesta.

—¿Qué te pasa, pá? ¿Por qué me mirás? —insistió.

—Nah, por nada.

Bajó la mirada y alisó unas arrugas en su pantalón con aire distraído. Sergio advirtió ese "nosequé" de inquietud en sus gestos, pero no abrió la boca. En cambio, se quitó las mantas de encima, se levantó y caminó hasta su armario. Lo abrió y varias prendas cayeron al piso.

—La puta madre —maldijo.

Leo lo miró inexpresivo.

—No sé cómo te la arreglá' para hacer ese desastre en meno' de una semana Sergio, siempre lo mismo vo'.

Sergio no le hizo caso: estaba muy concentrado en tratar de agarrar algo sin que nada se volviera a caer. Agarró un jean negro y una remera lo más rápido que pudo y cerró de un golpazo, alejándose despacito (no fuera cosa que las puertas se abrieran y el bollo de ropa se le derrumbara encima).
Pasó un momento y todo pareció estar en orden. Después de tanta adrenalina, no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.

—¡Pero ponéte a ordenar eso, Kuni, no puede ser! —lo retó Leo, que seguía observándolo desde atrás, aún junto a la cama.

—No me rompá' las pelotas.

—¡Uh, so' un desastre!

Sergio lo ignoró. Tomó el jean y encajó los pies en él, subiéndoselo hasta la cadera. Tuvo una batalla con el cierre, que se había atascado y no quería subir. Cuando por fin lo logró resopló, agotado. Se dio vuelta, y cruzó la mirada con Leo, que por su cara parecía haberlo estado observando todo el tiempo, ni siquiera lo miraba a los ojos.

𝐀𝐂𝐄𝐏𝐓𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora