XI. Confianza

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"CONFIANZA"



Sergio había entrado en la habitación con el corazón acelerado y la esperanza de encontrar a su amigo con el control en la mano, sin poder encontrar ningún programa que lo entretuviera; y así sentarse a su lado y arrancarlo de su aburrimiento con una conversación que se sentía terriblemente atractiva, y eso que lo único que sabía de ella era "¿Sabés qué?".

Pero cuando entró Leo estaba dormido y la tele apagada.

"¿Por qué te dormís tan rápido, Leito?", pensó, encaprichado.

Se sentó en su cama para desatarse los zapatos. Entonces se le ocurrió una idea. Era bastante común que revoleara los zapatos hacia cualquier lado, y que a veces tratara de que quedaran cerca del armario; en ocasiones, sin querer, golpeaba el armario y provocaba un ruido bastante fuerte.

Kun miró el zapato en su mano. Tenía una sola cosa en mente: Leo. Echó la mano hacia atrás, y lanzó el zapato directo hacia el armario.

Entonces Leo se removió.

"¡Vamoooooo'!"

Se puso panza arriba y se frotó los ojos.

—¿Estabas durmiendo?

—No, boludo, estaba practicando pa' cuando me muera... —refunfuñó Leo con una voz rastrera—. ¿...Qué estabas haciendo?

—Nada, quería dejar el zapato allá y le di al armario.

—¿Otra vez? No aprendé' má' vo'...

Leo se incorporó para mostrarle su indignación.

—¿Tanto te cuesta, Kun? ¿Por qué no dejá' los zapatos ahí, al lado de la cama?

—No, pasa que...

Se miraron. El Kun algo serio, Leo expectante. Después el primero sonrió sin poder contenerse.

—¿Qué?

—No, nada.

Si le decía la verdad lo iba a matar.

—Che, Leo... Ya que estás despierto...

—Sí, por tu culpa.

—¿Querés un besito de disculpas?

Leo rodó los ojos. Se tumbó en la cama, se tapó y le dio la espalda. Kun entonces se levantó y fue a sentarse a su lado.

—¿Leo?

—¿...Qué queré'?

—¿Qué ibas a decirme hoy? Cuando salimos de la enfermería.

Hubo un silencio. Leo volvió a girarse hacia él. Estaba despeinado y tenía el flequillo desparramado sobre la frente y entre los ojos.

—¡Me despertaste a propósito, hijo de re mil pu...?

Kun extendió la mano como si nada y le corrió el pelo hacia atrás.

—Así estás más lindo, pá.

Fue tan repentino y tan inesperado, que Leo no pudo evitar reír. Justo después apartó la vista.

—Dejá de decir eso —murmuró.

—¿Qué tiene? —dijo el Kun.

Abriendo las mantas, se metió en la cama con la cabeza apoyada en la mano y el codo sobre la almohada.

—De verdad te lo digo; sos lindo.

—¿Y por qué recién me lo decí' ahora? Antes, es más, me decía' feo y todo.

𝐀𝐂𝐄𝐏𝐓𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora