CAPITULO 3

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Namjoon rio mientras observaba a Jisoo tratando de limpiar el puré de fresa de su nieta. La bebé estaba demasiado interesada tratando de apilar sus bloques de colores. No quería tener nada que ver con estar limpia.

—Sabes que tendrás que hacer eso la próxima vez que te soborne con un beso.

La sonrisa de Jisoo, cuando levantó la vista, iluminó su corazón. Parecía tan feliz, y eso era todo lo que siempre quiso para ella. Hacer feliz a su amor se había convertido en el único propósito en su vida en las últimas cuatro décadas. No creía que supiese ninguna otra manera de ser. Namjoon extendió la mano y metió un pelo suelto detrás de la oreja de Jisoo. —Me dejas sin aliento mujer.

Los ojos verdes de Jisoo brillaron. —No estás tan mal viejo.

El corazón de Namjoon repiqueteó en su pecho. A través de los años, había visto gente ir y venir en sus vidas, hicieron y perdieron amigos. Había visto gente enamorarse y desenamorarse, pasando de amantes íntimos a enemigos rencorosos. Y en todo ese tiempo, Jisoo había estado firmemente a su lado, su lealtad y amor nunca vacilaron. Habían experimentado su justa proporción de pruebas y tribulaciones, pero la base de su amor y compromiso entre ambos nunca había sido sacudida. Era tan sólido hoy como lo había sido hace casi cuarenta años cuando le pidió a su leyenda, la mujer más bella de toda Irlanda, que huyera con él y fuese su amor.

—Ningún hombre ha amado a una mujer tanto como te amo.

Los ojos de Jisoo brillaron sorprendidos, mientras sonreía. —Entonces elegí bien.

Dios, Namjoon lo esperaba. Nunca quiso que Jisoo lamentara la decisión de dejar Irlanda con él. Había renunciado a un mundo que pocos podía permitirse, uno de privilegios y comodidad, para convertirse en la esposa de un mozo de cuadra que se volvió en criador de vacas. Namjoon se inclinó hacia delante y depositó un suave beso en la sien de Jisoo, moviendo sus labios al borde de la oreja.

—Tal vez después cuando la bebé esté en su siesta, te pueda mostrar cuánto te amo en la despensa de la cocina.

La risa de Jisoo era más dulce que el canto de un ángel. —Y preguntas por qué tenemos tantos hijos.

—No, sé exactamente por qué tenemos tantos hijos. —El pecho de Namjoon se hinchó de orgullo mientras se recostaba en su silla, mirando el suave rubor que llenó las mejillas de Jisoo. —No he sido capaz de mantener mis manos fuera de ti desde el día que me diste esa orden.

Namjoon todavía recordaba ese día como si hubiera sucedido ayer. Los ojos verdes de Jisoo habían brillado en ese momento también, capturando el corazón del mozo de cuadra con un solo barrido de sus largas pestañas. Pensó sin lugar a dudas que lo había enviado al cielo hasta que le dijo que ensillase su caballo con el altivo tono de una hija privilegiada. Namjoon la había besado en su lugar, y no había sido capaz de abstenerse de besarla desde entonces. Su beso era lo primero que sentía al despertarse cada mañana y lo último al acostarse. Nunca salía de la casa sin conseguir un beso de Jisoo, devolviéndolo cuando regresaba. Era un ritual que repetían una y otra vez, incluso si estaban discutiendo. Era una promesa que Namjoon le hizo el día que se conocieron, que había mantenido hasta hoy. Planeaba mantenerla durante muchos años por venir. Nunca rompió una promesa, sobre todo no a su Jisoo.

—Tengo que ir a amasar el pan —dijo Jisoo mientras se levantaba—. Estoy haciendo un poco de pan dulce para la cena.

—Suena bien.

—Pensé en hacer pudín de Navidad con salsa de ron este año —dijo Jisoo yendo hacia la cocina—. Tendrás que buscar una botella extra de ron.

—Ya conseguí una botella de ron mujer.

LA NAVIDAD (Libro VII)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora