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─ Si te hablo con sinceridad, no creo que irte por una semana sin decirle a tu novio haya sido lo mejor. ─ la mujer morena conversaba con el escriba, sacando su mandoble de los restos de un cazador de ruinas.

─ ¿Kaveh? va a estar bien. ─ con sus ojos puestos en unas viejas escrituras, dió esa respuesta tan insípida. Era el octavo día en el desierto, ahora que había conseguido esos papeles podía volver a la ciudad de Sumeru.

Dehya guardó silencio ante las palabras de Al Haitham, pero después, una leve sonrisa apareció en su rostro. Siquiera había dicho su nombre, pero el primer pensamiento del escriba fue sobre el rubio. Aunque su rostro permanecía indiferente, ante el ojo de la mercenaria era fácil distinguir el hastío del hombre, quería largarse del desierto. Con solo ver la forma en la que comenzó a caminar en dirección al Caravasar Ribat una vez obtuvo lo que buscaba, había dejado todo en claro.

Durante el trayecto, ninguno se dirigía la palabra, aunque a petición de Candace, Dehya debía entregarle algo. De sus pantalones sacó una papel, parecía fino y con decoraciones bastante específicas. El de cabellos grises tomó aquello con poco interés, pero cuando decidió echarle el ojo, no pudo evitar entablar una pequeña conversación.

─ Así que.. tú y Candace van a casarse. ─ ese papel era prácticamente la invitación a su boda.

La ojiazul afirmó. No solía compartir su vida amorosa tan a la ligera, pero que otros supieran que tanto ella como la guardiana de Aaru mantenían un lazo formal, llenaba su pecho de una extraña sensación de paz.

─ La invitación cuenta por dos, así que también puedes llevarlo. ─ tenía el presentimiento de que el escriba no iría por su cuenta, así que dejó el trabajo a la influencia del arquitecto. Sabía que si Kaveh quería ir, él se vería obligado a asistir.

...

Finalmente, había llegado a su hogar. La arena en sus botas era estresante, y el factor de sus auriculares averiados también era un dolor de cabeza. Introdujo la llave en la cerradura, abriendo la puerta con cuidado, era muy tarde después de todo. Kaveh debería de estar durmiendo, o eso era lo que pensaba hasta que se adentró, encontrándose con el hombre en muy mal estado, desde despeinado hasta con los ojos hinchados, parecía haber llorado por horas, no.. días. Lágrimas caían por su rostro, no parecían querer detenerse.

Al darse cuenta de la presencia del escriba, el rubio rápidamente se levantó de su lugar, casi corriendo hacia él.

─ Maldito, ¿dónde carajos.. te metiste? ─ apenas se podía entender lo que decía entre tanto llanto y sollozo.

De mientras, Al Haitham no sabía que hacer. Todo aquello le traía recuerdos inconscientes de los tiempos en los que usaban esos gorritos verdes, justamente aquel día donde el rubio lloraba desconsoladamente mientras rompía su tesis. En un acto de desesperación, acunó el rostro de Kaveh, comenzando a limpiar las lágrimas que no dejaban de escapar de sus rubíes. Nunca lo tomaba en serio cuando se ponía a llorar, pero el mismo sentimiento de hace más de diez años atrás se apoderó de él nuevamente, quizá porque en ambas ocasiones fue su culpa.

Como segundo acto bajo los impulsos. Acercó su rostro al del arquitecto, comenzando a besarlo de forma suave, muy diferente a cuando estaba caliente. Según pasaban los segundos, podía sentir como el rubio comenzaba a entrar en calma, hasta que finalmente se separó. Sus pulgares removían las lágrimas restantes, de forma muy sutil, mientras ambas respiraciones se mezclaban por la cercanía.

Lo siento. como último acto sin pensar, se disculpó, como jamás antes lo había hecho. Los rubíes de Kaveh se perdían en los verdosos ojos del escriba, parecía tan sincero que no pudo evitar perderse en ellos.

El arquitecto no dió respuesta a sus disculpas, sin embargo, se aferró a él en un abrazo, uno que fue incapaz de rechazar. Sus dedos acariciaban de forma muy lenta la suave piel expuesta de su espalda, era una forma de consuelo. Durante ese abrazo, se percató del fuerte olor a alcohol impregnado en Kaveh, parecía haber bebido en Lambad por días, incluso parecía ebrio en ese momento.

Cuando se disolvió el abrazo, volvió a observar su rostro, depositando un corto beso en sus labios nuevamente. Siquiera pensaba con claridad en ese momento, la racionalidad que lo caracterizaba parecía estar perdida en algún lugar lejano.

Me diste un gran susto. salió en forma de susurro. Sentía su cara arder, esos besos que compartió con el escriba se habían sentido diferentes a los habituales. Su estado de ebriedad empeoraba todo, debía verse deplorable y por supuesto, eso era vergonzoso.

...

Al Haitham daba varias vueltas en su cama, parecía no poder conciliar el sueño, algo que siempre le era sencillo le resultó ser tedioso. A cada rato aparecía ese pequeño recuerdo de ellos besándose, lo habían hecho varias veces antes, estaba ciego ante las claras diferencias. Quería vomitar las mariposas cada que recordaba ese pequeño momento. Además, sentía la necesidad de compensarlo, pues era más que obvio que Kaveh estaba realmente molesto con él, de forma genuina esta vez. Siquiera lo miró a la cara luego de toda la repercusión.

Mentiría si dijera que luego de ocho días no le hacía falta ese calor especial que solo Kaveh era capaz de brindarle, pero así de molesto era un peligro preguntarle por sexo, no tenía otra opción que guardarse el creciente deseo que tenía por él. Aunque le era aún más molesto el sentimiento de querer algo más allá del sexo y no tener la menor idea de lo que podría ser.

Bᥲᥴk h᥆ᥣᥱ ᥲᥒd h᥆r꧑᥆ᥒᥱ᥉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora