5. Secuestro.

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Los días transcurrían tranquilos en la mansión Bremauntz. Caterine no se encontraba en casa,  había partido en una “gira” para presentar su nueva línea de ropa.

 Varios trabajadores habían tomado vacaciones, sólo se encontraban en casa: las gemelas, Paul, Nani, el chofer Sebastian y el mayordomo oriental Tanaka. En fin, la paz en la casa era absoluta, tanto que podía llegar a considerarse  molesta y aburrida.

 Llegó el día en que finalmente Caterine volvería de Francia, Paul había prometido estar el día de su llegada, pero una llamada urgente de su trabajo lo hizo salir de casa en contra de su voluntad.

En cambio las gemelas estaban en un área del inmenso jardín que poseían que con el paso de los años se había transformado en un pequeño bosque, Johanna estaba sentada bajo la fresca sombra de un  frondoso árbol, leyendo un libro. Nikki estaba cerca de una pequeña fuente, refrescando sus pies metidos  en el agua, sin dejar de vigilar ni un segundo a su preciada hermana.

Estaban  a punto de encontrarse completamente solas en esa inmensa mansión, de cuando en cuando Johanna se levantaba a pasear por el jardín, sin saber que era seguida discreta y sigilosamente por Nikki.

El sol empezó a ocultarse por el horizonte, las gemelas estaban juntas sentadas bajo el mismo árbol, para quien lo contemplara era una hermosa escena, sin saber lo que vendría después.

Era preferible no saberlo.

Johanna ahora sólo se dedicaba a observar  un árbol, en una de las ramas más altas había un nido. En él estaba una pareja de mirlos, alimentando dulcemente a sus indefensas crías. Soltó un suspiro entristecido, ver esa escena le hacía sentir melancolía, era triste saber que pasaba más tiempo con Nani que con sus propios padres. Más ella sabía que no le quedaba de otra más que resignarse. No parecería el niño pequeño que le pregunta a sus padres cuanto la quieren, no lo haría, no caería tan bajo. Eso era, sin duda, un golpe directo a su orgullo.

Tomó su libro y se puso en pie seguida por Nikki.

—Jo…Johanna— empezó a hablar Nikki —Tú…— Nikki estaba nerviosa por la respuesta a la pregunta que se hallaba a punto de realizar.

 Johanna sólo la miraba con un ligero toque de extrañeza, Nikki tomó su brazo y viéndola a los ojos, tras tomar una gran bocanada de aire, continuó.

 — ¿Tú me odias? — Preguntó de golpe  y desvió la mirada —“Al fin lo dije”— pensó.

Johanna  se impactó por un segundo  ante la pregunta, el ambiente entre ellas se había vuelto pesado, tenso, dibujó una pequeña sonrisa casi inexistente.

 —No, claro que no— Nikki volteó al instante, sorprendida.

Con los ojos  semi-llorosos dijo —Pe-pero e-en la escuela antes tú… tú dijiste algo así ¿No?— su voz  era entrecortada, sus ojos anunciaban que pronto un torrente de lágrimas saldrían de ellos.

Johanna se soltó del agarre de su hermana. —Eso fue porque tú me provocaste y realmente no estaba pensando del todo, en realidad yo no quise decir nada de eso— Nikki al oír esta respuesta -que era la mejor música para sus oídos- se colgó del cuello de su hermana, mientras pequeñas perlas de alegría  brotaban de sus ojos.

 —“Soy tan feliz ella… ella en realidad no me odia”— pensó, la felicidad de Nikki en ese momento era indescriptible y enorme. Johanna correspondió ese cálido abrazo de una manera un tanto reacia.

—Jamás te odiaría. ¿Recuerdas la marca y lo que dijiste ese día?— aclaró susurrándole cerca de su oído.

Un recuerdo  llenó la mente de Nikki.

Una pequeña obsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora