Capítulo 20: Negro

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Singto POV

La madre de Krist se encontraba en duelo. Podía oír su dolor desde fuera de la casa. Había pasado dos días buscando la manera de penetrar en Vilokan. Pero Krist no querría que su madre llorara su muerte. No querría saber que su madre tenía una completa crisis emocional. Ahora mismo, esta era la única cosa que podía hacer por él y en cambio, podía encontrar si había algo, cualquier cosa que su madre recordara acerca de la noche con la curandera vudú en la choza.

Llamar a la puerta seria lo que ella esperaba. Me veía como el novio de Krist. Si quería que creyera que no soy un ser humano, tendría que entrar de una manera diferente. Sólo esperaba que no se asustara demasiado.

Aparecí en el taburete de la barra, directamente en frente de la madre de Krist. Ella se encontraba sentada en la mesa con una taza de café. Podía oler el whisky en su bebida.

Los ojos hundidos se destacaban por los anillos oscuros de no dormir, su mirada se encontró con la mía. Sorprendentemente, ni siquiera se inmuto. En cambio, me miró directamente y me estudió en silencio. No hubo manchas de lágrimas corriendo por su rostro.

Sus ojos eran los de una completa pérdida y angustia. Había visto esa expresión en otras madres, que se enfrentaban a la pérdida de algún hijo. Pero este dolor de madre hizo que mi pecho doliera. Tal vez, porque compartía su dolor. Aunque sabía que Krist no estaba muerto, se había ido. Por ahora.

—Singto. —Por fin habló. Su voz era pequeña y áspera por el poco uso.

—Sí —le contesté, a la espera de que dijera más.

No lo hizo de inmediato. Tenía su cabeza inclinada y buscaba en mi rostro las respuestas a sus preguntas, sabía que se acumulaban en su cabeza. Pensaba que quizás había bebido hasta quedarse dormida y que se encontraba soñando. Posiblemente alucinando. Varias explicaciones diferentes corrieron a través de la niebla de sus pensamientos.

—¿Cómo has...? —Callo, no sabía que decir exactamente.

¿Cómo acabas de aparecer de la nada?

Aún podía ver la incertidumbre en sus ojos.

—No soy un ser humano. Soy algo más. —La dejé asimilar esa información. Dio un suspiro de cansancio y empujó la taza de café y whisky fuera de ella.

—Bueno, he tenido mucho de esto, supongo.

—No soy una alucinación. He estado aquí en su casa casi todas las noches desde el momento en que el alma de Krist estuvo marcada por la muerte. Vigilándolo.

—¿Tu sabías que iba a morir? —La pregunta de su madre era una mezcla de ira y confusión. Sacudiendo la cabeza sostuve su mirada.

—No. Krist no está muerto. No le permití morir en el accidente de coche que debería haber tomado su vida, y no murió cuando su coche se salió de ese puente.

Empujándose así misma de nuevo fuera de la mesa, se puso de pie.

—Tengo que ir a la cama. No he dormido en un tiempo y ahora estoy perdiendo la cabeza —murmuró. Me puse de pie y la detuve de seguir su camino.

—No. No lo hará. Soy real y lo que le estoy diciendo también, Krist está vivo. Su alma está en su cuerpo. Sin embargo, el espíritu vudú al que lo vendió cuando era un niño, tiene derecho sobre él y en este mismo momento él lo tiene. Necesito que me escuche, que confíe en mí y me ayude.

Poco a poco el rostro de su madre, paso de la incredulidad al horror. Comprobé que estuviera estable, hasta que sus piernas se reunieron con el sillón de cuero detrás de ella, se dejó caer en él y la comprensión hundió más su rostro. No estaba seguro de si lo creía o no, pero sabía que mis palabras tenían algo de verdad.

Estamos predestinados [PERAYA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora