Ella anhelaba asegurarse de que él fuera eternamente suyo, incluso en cada ciclo de reencarnación. Nadie podría arrebatárselo, ni siquiera él mismo. Su amor trascendía las barreras del tiempo y el destino, aferrándose a su alma con una determinación inquebrantable.
Con cada renacer, ella buscaría sus ojos familiares, su sonrisa única, reconociendo en su esencia la conexión profunda que los unía. No importaba si se encontraban en diferentes cuerpos, en distintas épocas y lugares, su amor se reafirmaba como un lazo indestructible, más fuerte que cualquier adversidad.
Aunque el destino pudiera intentar separarlos, ella se aferraría a él con una pasión desenfrenada. Nadie podría robarle su amor, ni siquiera él mismo, pues su compromiso trascendía los límites de la racionalidad y se adentraba en lo más profundo de su ser.
En cada nueva vida, ella estaría allí, lista para encontrarlo y recordarle la fuerza de su amor compartido. Juntos, enfrentarían los desafíos del tiempo y los vaivenes de la existencia, fortaleciendo su vínculo y tejiendo una historia de amor que trascendería los límites de lo imaginable.
Nada podría separarlos, ni siquiera el paso de los años o los obstáculos que la vida les presentara. En cada reencarnación, ella se aseguraría de que él supiera que su amor era eterno y que siempre estaría a su lado, guiándolo y protegiéndolo en cada paso del camino.
En el juego interminable de la vida y la muerte, su amor se convertía en el hilo conductor que los unía, tejiendo una historia de amor eterno, un legado que trascendía todas las barreras y desafiaba las limitaciones del mundo terrenal.
Así, en cada reencarnación, ella se convertiría en su amante, su confidente y su eterna compañera, envolviéndolo en un abrazo que desafiaría el tiempo y sellaría su destino juntos, una y otra vez, hasta el final de los tiempos.