En lo más profundo de mi corazón se esconde un amor prohibido, un sentimiento que yace en la sombra y se nutre de la tristeza y la amargura. Es una llama marchita, consumida por la ausencia de reciprocidad.
Cada mirada furtiva es un puñal en mi alma, recordándome la imposibilidad de tocar la piel que anhelo. Cada suspiro es un lamento solitario, perdido en la oscuridad de la noche, sin encontrar eco en un corazón distante.
Es un amor enjaulado, condenado a vivir entre rejas de expectativas y convenciones. Cada latido de mi corazón es un recordatorio doloroso de lo que podría ser, de lo que nunca será.
En cada paso que doy, arrastro el peso de este amor no correspondido. Es una carga que me empuja hacia abajo, un lastre que me impide volar. Es como caminar por un sendero sin destino, sabiendo que cada paso me aleja aún más de la felicidad soñada.
Las lágrimas se convierten en compañeras constantes, testigos silenciosos de la desesperanza que inunda mi ser. Cada lágrima derramada es una expresión de la agonía de este amor prohibido, una manera de liberar el dolor que se acumula en lo más profundo de mi ser.
En cada canción triste que escucho, encuentro eco a mi propia melancolía. Las letras se convierten en susurros que describen mi situación, en notas que dibujan el paisaje desolado de mi corazón.
Es un amor que no conoce el consuelo, que se nutre de las heridas y se aferra a la soledad. Es un amor que se desangra lentamente, como un río que se seca bajo el sol abrasador.
Aunque mis labios guarden silencio, las palabras no dichas pesan en mi pecho como una roca. El vacío se hace eco en cada pensamiento, en cada latido, recordándome la ausencia de un amor correspondido.
Este amor prohibido es una lección amarga, un recordatorio de los límites impuestos por el destino. Es un canto triste que se entrelaza con la resignación y la aceptación de una realidad que se desvanece en el horizonte.
A pesar de la tristeza que lo envuelve, este amor prohibido se convierte en una llama eterna en mi ser. Es una llama que arde en la oscuridad, recordándome que el amor, incluso el más doloroso, es un testimonio de mi capacidad de sentir y de amar.