"El sexo que tenía era como una llama ardiente y salvaje, una fuerza que consumía todo a su paso. Me entregaba con pasión desenfrenada, devorando cada centímetro de la persona con la que compartía la intimidad, sumergiéndome en un frenesí carnal que no conocía los límites. Cada encuentro era una danza de lujuria y deseo desbocado, donde la conexión física se convertía en una tormenta de éxtasis y placer desenfrenado. No podía evitar ser un carnívoro".