La escultura viviente ante mis ojos evoca una erótica hipnotizante. Su figura masculina despierta en mí un deseo ardiente y una curiosidad insaciable. Desde sus poderosos hombros hasta sus piernas esbeltas, cada rincón de su cuerpo emana una irresistible atracción.
Sus hombros anchos, tensos y dominantes, parecen desafiar la gravedad mientras soportan el peso de la masculinidad. Mis manos ansían acariciar cada músculo de sus brazos, sintiendo la firmeza bajo mis dedos mientras recorren sus venas palpitantes.
Mi mirada se desliza por su pecho, como una ola lujuriosa que acaricia las dunas de suavidad y dureza. Cada pectoral se alza con orgullo, invitándome a perderme en su contorno y a sucumbir ante su poder. Mis labios se humedecen al imaginar el roce de mi piel contra la suya, una danza frenética de pasión desenfrenada.
Mis ojos continúan descendiendo hacia su abdomen, una obra de arte esculpida con precisión. Cada tableta abdominal traza un camino tentador, una invitación a dejarme llevar por la senda del deseo. El rastro de mis dedos recorre los surcos y contornos, provocando una descarga eléctrica que se extiende por todo mi ser.
Mis manos se aferran a sus caderas angostas, deseando fundirme con él en una danza erótica que desafíe los límites de la pasión. Sus muslos, firmes y poderosos, son un testimonio de la fuerza contenida en su interior. Anhelo envolverme en ellos, entregarme a su abrazo apasionado y dejarme llevar por el frenesí del placer.
Cada centímetro de su cuerpo, cada curva y cada músculo, es una promesa de éxtasis y deleite. Este hombre encarna la esencia misma del deseo masculino, invitándome a explorar y descubrir los secretos ocultos en su piel. Mi imaginación se desborda con imágenes de intimidad y conexión carnal, mientras me sumerjo en la tentación que su cuerpo exquisito me ofrece.
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