Me encuentro en ese punto crucial donde mis sentimientos se vuelven incontrolables. Quiero expresarte mi amor, que desborda como un río en crecida, pero también temo las consecuencias que podrían surgir. Cada pensamiento, cada palabra, cada acción se convierten en un laberinto de incertidumbre.
Me debato en una batalla interna, entre la valentía de confesarte mi amor y el miedo paralizante al posible rechazo. ¿Y si no sientes lo mismo? ¿Y si mis palabras caen en el vacío? La incertidumbre me consume, dejándome vulnerable ante el dilema de revelar mis sentimientos o guardarlos en lo más profundo de mi corazón.
En las noches, el silencio se convierte en mi confidente. Busco respuestas en las estrellas, esperando encontrar una señal que me guíe. Mis pensamientos oscilan entre la emoción abrumadora y la precaución cautelosa. ¿Será el momento adecuado? ¿Seré capaz de soportar un posible rechazo y las consecuencias que ello conlleva?
En mi fantasía, veo escenas de confesiones apasionadas y besos robados. Sueño con un encuentro mágico donde tus ojos revelen el mismo deseo que arde en mi interior. Pero la duda se cierne sobre mí como una sombra persistente. ¿Y si arruino nuestra amistad? ¿Y si mis palabras te hacen sentir incómoda? El miedo me susurra al oído, sembrando la inseguridad en mi corazón.
Sin embargo, a pesar de mis temores, no puedo negar la fuerza de mis sentimientos. Cada vez que te veo, cada vez que nuestras miradas se encuentran, mi corazón se acelera y mi piel se eriza. Es una conexión que trasciende la amistad, y la necesidad de expresarlo se hace cada vez más agobiador.
La idea de perder la oportunidad de vivir este amor me atormenta. Sé que, si no te lo digo, siempre me quedaré preguntándome qué hubiera pasado. Pero también entiendo que el rechazo podría doler de una manera indescriptible, rompiendo algo más que mi corazón.
Entonces, en medio de este vendaval de emociones, reúno el valor necesario. Me digo a mí mismo que vale la pena arriesgarse, que las verdades no dichas pueden convertirse en remordimientos eternos. Decido que, aunque el miedo siga presente, no quiero quedarme con la duda y el "qué hubiera sido".