Por extraño que pareciera, aunque a Tao le gustaba mucho más el trabajo que hacía en Wu que preparar bebidas, se sentía más cómodo, en Lotto. Tal vez en ocasiones fuera un trabajo aburridísimo que adormilaba la mente, pero era un lugar donde podía ser él mismo sin pasar toda la noche alerta como hacía en su trabajo en Wu. Tal vez no fuera tan interesante, pero era mucho más relajado. El bar no estaba en el mejor barrio, pero la mayoría de los clientes eran habituales, gente a la que veía casi cada noche porque era un bar pequeño y amistoso. Y Zhao Chulun era del tipo paternal. Su jefe en Lotto, era muy distinto de su jefe multimillonario del demonio en Wu. Si algún tipo se lo hacía pasar mal de cualquier manera, Chulun lo echaba a la calle de una patada en el trasero. No toleraba que nadie acosara a su barista ni a las camareras.
Se estaba haciendo tarde y el público en el pequeño bar empezaba a escasear. Era miércoles, una noche típicamente tranquila. Tao limpió la barra mientras sonreía a varios de los clientes que conocía y preparaba bebidas entretanto.
No le había contado su ruptura con Xudan a nadie en Lotto. Ni siquiera tenía anillo de compromiso porque Xudan nunca tenía dinero de sobra, así que no era como si Qian o cualquiera de las demás en Lotto tuviera indicios de que hubiera ocurrido nada. Además, era demasiado humillante compartir el hecho de que su prometido estaba acostándose con otra persona en su cama. Se había guardado sus problemas para sí mismo; iba a trabajar allí cada tarde y solo hacía su trabajo.
La única persona a la que se lo había confiado era Yifan.
¡Feliz cumpleaños, Tao-ssi! — Zhao Chulun, un hombre grande como un oso con pelo rojizo y una voz resonante salió de la sala trasera con una bandeja de bebidas.
¿Qué es esto? — preguntó Tao, desconcertado. «Mi cumpleaños es mañana, pero no tengo ganas de que me recuerden que voy a cumplir veintiocho años y que ya no tengo plan de vida de ninguna clase».
Su jefe, de mediana edad, le dio una palmadita en la espalda cuando llevaba las bebidas a una mesa vacía.
Justo el otro día me dijiste que, aunque preparas estas bebidas, nunca las has probado. Creo que necesitas una sorpresita de cumpleaños. Ya es hora de probar algo nuevo.
Mañana tengo que trabajar. Y tengo que conducir de vuelta a casa — Le lanzó a Chulun una mirada dubitativa. No le gustaba la cerveza y, aunque de vez en cuando tomara una copa de vino, hasta ahí llegaba su experiencia con el alcohol. Hijo único de una alcohólica, no había experimentado mucho con la bebida. Tal vez resultara un poco extraño que fuera barista y que nunca hubiera bebido, pero no tenía tiempo ni para respirar y, mucho menos, para quedarse en la cama con resaca.
Yo te llevaré a casa — contestó Chulun tomándolo del brazo y haciendo que rodease la barra.
Vamos, Tao — lo animó Qian, una de las camareras, mientras avanzaba furtivamente hacia la mesa — Vive un poco. Prueba unas cuantas.
Todavía no he terminado de limpiar — protestó Tao riendo mientras Chulun lo llevaba hasta la mesa.
Yo limpiaré. Y prepararé cualquier otra bebida que haya que servir. Prueba los brebajes de tu instructor — lo alentó Chulun.
Tao miró la bandeja de bebidas y después echó un vistazo al bar. Solo había unos cuantos clientes habituales y ya se habían reunido en torno a la mesa, dándole palmaditas en la espalda y abucheándolo para que celebrase su cumpleaños.
La bandeja prácticamente solo estaba compuesta de Mamadas, una bebida que había preparado unas mil veces, y había visto a mujeres y donceles beberla con deleite cada fin de semana. Chulun había puesto mucha nata montada en los vasos de chupito, lo cual haría prácticamente imposible que Tao no lo dejase todo hecho un desastre.