Capítulo 19.

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CAPÍTULO 19.

Tomaba de mi jugo mientras miraba el caminar de Alan, quien se acercaba a mí con unas hojas y carpetas en sus manos.

—Sabía que ibas a estar aquí —dijo antes de llegar completamente a mí.

—Ya comienzas a conocerme —sonreí. Me enderecé pegando mi espalda al tronco del árbol. Alan tomó asiento frente a mí y puso las carpetas en el césped, entre los dos— ¿Qué es eso? —Señalé con mi cabeza las carpetas anteriormente puestas.

Suspiró.

—Trabajo. —Tomó las carpetas entre sus manos y se paró de su lugar solo para acercarse más a mí. Se sentó entre mis piernas, dándome la espalda. Puse mis manos en sus hombros y dejé que se recostara en mí. No me incomodaba la posición, de hecho, se sintió muy bien estar de esa manera con él.

Apoyé mi barbilla en su hombro y miré lo que hacía. Montones de números llenaron mi visión así que desvíe mis ojos a sus manos que se movían por todo el papel resolviendo los problemas. Ya tenía suficiente con los números que veía en cálculo.

—¿Eso es de tu padre?

—Sí... —respondió. Según lo que sabía, Alan trabajaba con su padre, aunque él fuera empresario. Alan quería hacerse cargo del negocio y también estudiar lo que había estudiado su padre así que le ayudaba a él con todas las cosas de la empresa, según él, para conocer lo que en algún futuro tendría. Pero todos esos números y letras definitivamente no era lo primero que quería ver.

—No entiendo cómo es que no te mareas con tantos números, tampoco porque no estás en cálculo avanzado como yo.

—Lo soporto porque me gusta y sobre lo de cálculo, me iba a inscribir, pero para los de último curso no hay por la misma razón por la que tú estás conmigo: falta de aulas.

Moví mi mano derecha hacia su cabello y dejé mi mano izquierda colgando en su hombro. Acaricié su cabello distraídamente por un largo rato mirando como su mano se movía sobre el papel o se quedaba quieta por momentos.

En un determinado momento tiró su cabeza hacia atrás soltando un jadeo quejumbroso.

—Abril, no podré hacer esto si sigues acariciándome —se quejó. Me sentí mal así que lentamente comencé a alejar mi mano.

—Lo siento —me disculpé dejando de acariciar su cabello.

—No, no. No te dije que dejarás de hacerlo. —Cogió mi mano y la volvió a poner en su cabello. No la moví por un instante, pero luego seguí con lo que había estado haciendo hacía un momento.

—Pero dijiste que no ibas a poder hacerlo.

—Lo sé, pero esto puede esperar hasta más tarde —dijo mostrándome la carpeta antes de tirarla a su lado, cerrada.

Las carpetas se movieron a un lado y su cuerpo se acomodó mejor contra mí quedando casi acostado. Su mano izquierda tomó la mía y la bajó de su hombro para entrelazar sus dedos con los míos y dejar ambas manos en su pecho. Su pulgar acariciaba mi palma con calma, así que dejé que mi cabeza cayera en su cuello.

—Se siente bien estar así —habló luego de unos minutos en silencio.

Hice un sonido de afirmación con mi garganta

—¿Por qué prácticas fútbol si trabajas con tu padre? —pregunté en un murmullo.

—Cuando estudiaba en casa tenía tiempo de sobra para hacer ejercicio, Trevor y yo de hecho, pero el instituto tiene más horas de clase y el deporte nos ayuda a que nuestro cuerpo no se desacostumbre al ejercicio.

Lunas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora