Capítulo 45.

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CAPÍTULO 45.

-Recuerdo este día -miré la foto-. Creo que es la más linda de las que nos hemos tomamos.

Y viéndola entendía por qué Alan había querido quedarse con ella.

Ambos salíamos con los ojos brillando. Recordaba que esta foto se tomó cuando nos estábamos mirando. Cuando lo hice, ni siquiera noté la intensidad de su mirada en mí y viéndola, mi estómago se apretaba de emoción.

Esa mirada, definitivamente, era especial. Muy especial.

Parecíamos un par de novios, amantes enamorados, que reflejaban todo en la mirada. Sin duda, el que más reflejaba eso era él.

Casi me quedo sin aire al ver la foto, pero es que, para el que la viera, se transmitía tanto sentimiento.

Sentí como Alan se sentaba en la cama, pero seguí sin mirarlo.

No sabía que iba a decirle cuando lo viera.

Si bien carraspeó su garganta antes de hablar, su voz salió igual de ronca.

-¿Qué haces aquí? -Por fin, me digné a mirarlo.

No lo hubiera hecho.

Su piel estaba pálida, sus ojos ojerosos y hasta me atrevía a decir que estaba más delgado. Pero lo que más me tenía en shock, eran sus ojos que no tenían el mismo brillo y... perdían se color. O sea, literalmente perdía su color.

Jadeé entre sorprendida y preocupada y sin poder evitarlo, dejé la foto de lado y me acerqué a él para tomar su mejilla entre mi mano. Quise quitarla de inmediato por lo caliente que estaba su piel.

Ya sabía que no solo era porque se lastimó el pie.

-Por Dios, Alan ¿Qué tienes? -Repasé su rostro con mi mirada, hasta fijarla en sus ojos que increíblemente sí estaban perdiendo su color original. Su iris lo rodeaba toda una línea café clara; parecía como si poco a poco se comiera el color de su iris, pero que no lograba llegar a su pupila.

-Nada importante. -Entorné los ojos por su tono seco, pero no le di importancia.

-¿Nada importante? Tengo ojos ¿Lo sabías? Puedo ver que estás mal.

-Solo es un poco de fiebre.

-Alan, me preocupo por ti, dime que tienes. -Me miró y me miró, pero no respondió.

-¿Qué haces aquí?

-Viene a hablar contigo... -Le di una sonrisa a medias cuando sus ojos brillaron con esperanza.

Se irguió un poco más en la cama, cogiendo mi mano para tomarla entre la de él.

-Ah, ¿sí? ¿Sobre qué? -tragué duro.

-Te voy a dar una segunda oportunidad -sonrió pensando que hasta ahí llegaba lo que tenía que decirle-... con la condición de que me digas la verdad, Alan.

Su sonrisa se borró instantáneamente para ser reemplazada por una mirada cautelosa.

-¿Por qué no habías venido? -Hizo un vano intento de cambiar de tema. Aun así, le respondí sin poder evitar la punzada de culpa en mi pecho. Me había necesitado y no estuve para él.

-Estaba enojada, lo sabías... Alan ¿Qué tienes? Estar ardiendo y pálido.

-Tan solo un virus, supongo. -Le restó importancia con un encogimiento de hombros.

Quise llorar ahí mismo.

-Por favor, dime que tienes -rogué super preocupada por su salud. Ya el «no lo dejes morir» de Charlotte tenía sentido.

Lunas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora