Capítulo 28.

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CAPÍTULO 28.

Lamí la cucharita de mi yogurt mirando a Kiona que acababa de sentarse frente a mí en la mesa de la cafetería con una gran sonrisa. Alice se había escapado con Trevor, dejándome sola en la mesa.

Vaya mejor amiga la que me mandaba.

—¿Y bien? ¿Qué sucedió ayer? —preguntó y fruncí mi ceño, totalmente confusa.

—¿A qué te refieres?

—¡A ti y a Alan! No te hagas, sé que iban a salir. —Movió sus cejas subjetivamente.

—Creo que en este momento no hay cupo para una oración positiva en donde nuestros nombres estén juntos —dije, llevándome otra cucharada a la boca.

—¿De qué hablas? —Suspiré dejando de lado mi yogurt.

—¿No lo sabes? —Negó—. Bueno, al parecer tu amigo solo me quería para... ¿Pasar el rato? No lo sé, pensé que lo sabías.

—¿¡Qué!? —gritó sobresaltándome. A mí y a todos los de la cafetería. Paseé mi mirada por cada mesa y muchos, solo el chico que siempre mantenía con sus audífonos, no nos estaba mirando. Mis ojos se fijaron en un par ambarino que nos miraba con curiosidad y más que mirar a Kiona me miraba a mí. Alejé la mirada de él y seguí con el inventario de miradas.

¿Qué no tenían algo más interesante que vernos?

—Siéntate, Kiona, todos nos miran. —Haciéndome caso se volvió a sentar en su asiento.

—Lo siento, pero... no puedo creerlo ¿Qué fue lo que te dijo?

—En resumidas cuentas, luego de haberlo visto besándose con Amber, que no podía mantener conmigo ni siquiera una relación de amistad. —Suspiré y cogí de nuevo el yogurt.

—No entiendo nada —sacó su teléfono móvil y tecleó algo—, pero no fue una buena idea ¿En qué estaba pensando? Es malo, muy malo —susurró antes de levantarse de su asiento—. Nos vemos luego.

Levanté mis cejas en confusión, pero no le presté atención y seguí en lo mío.

Cuando terminé, decidí que lo mejor era irme. Estaba sola en aquella mesa, ya había comido y misteriosamente ese día hacía un poco de calor. Salí de la cafetería con dirección al árbol del jardín trasero, ese lugar que me encanta.

Pero antes de llegar recordé que primeramente debía pasar por mi casillero.

Caminé tranquila por los pasillos solitarios a excepción de pocas personas que buscaban los baños o sus casilleros. Llegué al mío y saqué los libros necesarios para las próximas horas.

El sonido de los megáfonos que rodeaban el instituto me sobresaltó, causando que mis libros, lápices y lapiceros cayeran, la mayoría, al suelo.

Sisé entre dientes, enojada y me agaché al tiempo que el director comenzaba a hablar.

Más valía que lo que iba a decir fuera, al menos, un poco importante.

—Se solicita la presencia de todos los alumnos en el auditorio finalizando el tiempo de almuerzo. Repito, se solicita la presencia de todos los alumnos en el auditorio finalizando el tiempo de almuerzo. —Y la voz cesó con el horrible sonido de los megáfonos.

Terminé de levantar todas mis cosas y las apreté a mí pecho.

Caminé de vuelta, yendo directamente al árbol del jardín trasero, el más alejado de los dos jardines que tenía el instituto, y el cual sólo podía verse a través del salón de música, salón que sólo era usado dos veces al día.

Lunas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora