Capítulo 6: Shoganai

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No sabía si era su impresión, pero el ambiente que había entre ellos resultaba incluso algo incómodo. Bebió algo de vino, sin saber qué decir y pensando que después de haberle insistido tanto para verse, debía tener por lo menos un plan de contingencia. ¿Acaso se había parado a pensar en qué le diría cuando volvieran a verse? Por supuesto que no. Quería estar con él pero también quería preguntarle algo que ya no podía guardarse más, y más temprano que tarde terminaría por reventarles en la cara ambos.

—¿No quieres probar?

Rhett miraba algo en su teléfono, escribiéndose con alguien entre sonrisas y risas bajas, bastante entretenido con alguien que definitivamente no era ella. Madison bajó la mano hacia el cubierto, soltando un suspiro suave cuando no le respondió. Enrolló algo de pasta en su cubierto y entonces él respondió—: ¿Ah? Perdona, sí, un poco.

¿Por qué tenía que ser tan jodidamente guapo? Le devolvió la sonrisa, mirándole de cerca y apreciando cada facción suya, sus ojos brillantes, su nariz perfilada y sus labios rosados, perfectos. Trago en grueso, su estómago revolviéndose en un garabato de emociones que la ponían más nerviosa. Entonces levantó la mano y extendió el cubierto hacia él, mirándole a los ojos como si estuviera hipnotizada. Ahogó un jadeo insonoro cuando él entreabrió los labios, la pasta deslizándose en su boca.

Rhett se cubrió la boca, mirando hacia la mesa mientras masticaba y tragaba.

—Está muy bueno —dijo él, encogiéndose de hombros.

"Tú estás bueno"

Madison no podía esconder lo mucho que ese hombre le gustaba. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado entre ellos, la traía loca. Ella le sonrió de lado, mirando absorta sus labios. Tenía la servilleta picándole bajo la palma de su mano, incapaz de moverse ni de alejar la vista de él, pensando si tendría que... ¿Qué más daba? Extendió la mano hacia él y deslizó el pulgar sobre los labios de Rhett, limpiándole la comisura de los labios sobre la salsa de tomate que ensuciaba su delicioso rostro. Tenía la respiración ahogada, incapaz de decir ninguna otra palabra cuando se llevó el dedo a la boca, lamiéndole y saboreando sin ser capaz de mirar a otro lado que no fueran sus ojos esmeralda del mejor amigo de su hermano, su amor platónico.

Rhett no dijo absolutamente nada, levantó una ceja hacia ella y se recostó sobre el respaldar de la silla, aumentando la distancia entre ambos antes de volver la vista hacia su teléfono. Le dio una última mirada seria, el entrecejo fruncido y una mueca en sus labios, observándola en silencio como si ella estuviera loca.

Mierda...

Madison tragó en grueso ante ese gesto y, sintiéndose aún más tonta, regresó la mirada hacia su comida. Intentó comer, aunque todo su apetito había desaparecido repentinamente.

—¿Qué has hecho estos días? —preguntó ella en voz baja.

—Nada, estudiar, salir por ahí, ir al gimnasio. ¿Tú?

—Yo nada, acá o ir al supermercado, al centro comercial y hoy fui a la universidad a ver algo. Ya quiero que empiecen las clases, al menos así podré enfocarme en eso, hacer amigos...

Él asintió, la vista perdida en la ventana cómo si apenas estuviera escuchándola. Es más, estaba completamente segura de que no estaba prestándole atención. ¿Por qué iba a verla si no quería estar ahí? Ah, cierto, había olvidado que estuvo llamándole y rogándole para que vaya a verla. Madison se levantó con el plato ahora vacío, bruscamente. Lavó en silencio los utensilios de cocina, convencida de que él no tenía la intención de hablarle tampoco. Se giró hacia él, lista para encararle cuando lo encontró a pasos de distancia, sirviendo el vino entre dos copas.

Calma y Tormenta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora