Capítulo 10: Liberosis

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Liberosis—. El deseo de que las cosas y situaciones nos importen menos.

El único problema que tuvo ese día, era que estaba muriendo de sed cuando despertó. Se arrastró a la ducha y estuvo quizá una hora entera bajo el agua tibia, deseando que ese dolor de cabeza desapareciera. Al menos ese día por fin tenía algo que hacer. Iría a recoger a su hermano y por la tarde saldría con Taylor. Su plan era perfecto.

Una hora después había terminado de desayunar, de cambiarse y en lo único que podía pensar, era en dónde había dejado tirado su teléfono. Miró fijamente el televisor, increíblemente aburrida y a la espera de que el hombre por quien estaba tenía un grave problema, decidiera aparecer cómo lo prometió. ¿O quizá estaba muy ocupado con Jessica en la cama? Porque dudaba seriamente de que quisiera dejar a su novia solo por ir a recoger a Aaron.

Cambió el canal del televisor por quinta vez cuando de pronto la puerta se abrió. Su mirada se desvió en silencio sobre él, contemplando abatida que lo bien que le quedaba esa camisa manga corta y los primeros botones abiertos que dejaban ver su pecho, duro, perfecto. No podía entender cómo era posible que Rhett se viera tan bien sin siquiera intentarlo. Lo miró atontada, apreciando su cabello húmedo y lo bien que lucía ese collar de plata.

—Buenas tardes, Madison —dijo él, dejando unas bolsas de compras en la mesa—. ¿Lista para ver a tu hermano? Ten.

—Gracias —respondió ella, recibiendo su teléfono que había perdido—. ¿Podemos ir ahora?

Chasqueó la lengua cuando él se sentó a su lado, estirando el brazo por detrás de su cabeza en él respaldar del sofá. Odiaba lo tranquilo que estaba después de que ella había tenido que ver lo bien que lo pasaba con su novia, sentados y besándola en el cuello, en la mejilla, en los labios... Soltó un suspiro fuerte, reclinándose en el lado contrario de él, intentando alejarse tanto como le era posible.

—¿Por qué estás tan apurada? Dudo que tengas algo mejor que hacer... ¿a dónde vas?

—Avisame cuando quieras ir —dijo ella, avanzando hacia su habitación. Cerró la puerta suave y se echó en la cama, mirando al techo y apreciando el silencio que en ese momento necesitaba.

No quería nada más, quería estar lejos de él, tanto como pudiera. Quería dejar ese tonto e infantil amorío que tenía. Quería olvidar que Rhett le atraía mucho, que le molestaba verlo con otras mujeres y que su corazón ya tenía dueña. No había sido su idea meter a su corazón en ese lío cuando llegó, pero lamentablemente en una semana ya había terminado bastante estúpida por él. Solo era guapo y a ella le gustaba, nada más. No era como si estuviera realmente enamorada de Rhett o cómo si... lo amase. Era caballero y atento algunas veces, pero no era más que una ilusión. Lo único que quería era besarle, besarle y quitarse las ganas que le tenía.

Cerró sus ojos, dejándose vencer por el dolor de cabeza. Apenas sintió haberse dormido unos minutos, como si solo hubiese parpadeado cuando de pronto la puerta de su habitación se abrió.

—Vamos, ya es hora.

En el trayecto al aeropuerto se mantuvo igual de callada, sin ganas de decirle absolutamente nada. Miraba a través de la ventana, observando el recorrido por el cual había llegado hacía más de una semana atrás.

—Estás muy callada hoy, ¿qué te sucede? Normalmente no dejas de hablar e intentar llamar mi atención.

—Qué chistoso eres, Rhett —dijo sin ganas, arrastrando las palabras lentamente—. No tengo ganas de hablar contigo.

—¿Qué te pasó ayer? Te fuiste y...

—Ya te dije que olvide mi teléfono, ¿siguiente pregunta?

Por favor, ya no quería escuchar su molesta voz ni una vez más.

Calma y Tormenta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora