Capítulo 30

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Esos dos días recibí varios mensajes de Adrián, los cuales no me apetecía responder, diciendo que lo sentía. Así que llegó un momento en que dejó de insistir y no volvió a escribir más. Ethan, por su parte, se dio cuenta de que quería estar sola y no hablar con él, y tampoco me escribía más que para preguntar si ya estaba bien.

–No me lo puedo creer. Tu madre es una arpía –admitió. Rodé los ojos. Había quedado con Caye para tomar algo en la cafetería de su tío. Tenía una zona un poco más allá de las mesas en la que había un villar en el que nos pasábamos las horas muertas.

–Parece mentira que después de tantos años no sepas que es capaz de eso y más. Doy gracias por haber podido estudiar lo que yo quería e irme a Madrid estos años. Y también de tener ahora un piso en el cual no está ella –suspiré y golpee la bola blanca, metiendo una de las mías a su paso. –Y vale que es mi madre, pero... –golpee de nuevo y fallé.

–Bueno, por lo menos no te va a molestar más el pesado ese del Adrián –Caye estaba apoyada en su palo, observándome.

–No era pesado. Era un chico bastante majo y no parecía haber nada entre nosotros, te lo juro. Debe ser que malinterpretó algo y... pues eso. Pero me dio pena, yo sí pensaba que podríamos llegar a ser amigos –expliqué y se encogió de hombros. –Después me he dado cuenta de que mi madre ha llegado más lejos que nunca y ha coaccionado a este chico para que nos enrollemos. Y por ahí no paso.

–Pues que les den... a los dos –y se adelantó para golpear en su turno.

–¿Y tú qué, nerviosa? –le di con el palo en el hombro.

–Ay, no me lo recuerdes. Odio cumplir años –bufó, meciendo el palo y consiguiendo meter una bola.

–Pues vas a tener que hacerlo todos los años, así que vete acostumbrando. Es ley de vida. ¿Has pensado en algo?

–Soy yo, claro que he pensado en algo. En muchas cosas, pero no soy tan rica como para hacerlas, desgraciadamente. Había pensado en un crucero por las maldivas, en un viaje a Bali y en una mansión con una piscina enorme –tiró de nuevo y metió otra bola. Siempre me ganaba, era increíble.

–Baja de la nube, que te vas a meter una como sigas subiendo que te voy a tener que recoger con pala y reconstruirte por piezas, como un puzle.

–La vida del pobre, que es muy triste. Yo siempre he pensado que soy transeconómica –explicó como si esa palabra la escucháramos todos los días. Junté las cejas, esperando su descripción, pero primero tiró de nuevo y metió otra más. –Soy una rica atrapada en el cuerpo de una pobre –suspiró. Y lo decía tan convencida, la tía.

–Pues ya puedes ir pensando planes que estén a la altura de tu bolsillo –tiró de nuevo y falló, lo que hacía que perdiera el turno y me tocara a mí. Aunque había mejorado mucho esos años se notaba que el villar estaba en su sangre y nunca la destronaría. Desde niña había estado practicando con su tío.

–También había pensado... ya sabes. Hacer algo con los chicos. Invitarles aquí otra vez –explicó.

–Voy a terminar viéndolos más, ahora que no vivimos juntos, que antes –me reí y metí una de las mías. –¿Qué habías pensado exactamente? –le pregunté, interesada porque eso me involucraba a mí, claramente.

–Pues podemos ir a mi casa a pasar la tarde en la piscina, como hacemos con mis primos todos los años. O a la playa, me es indiferente. Y luego ya una fiesta de pijamas.

–No sé por qué me da que esa fiesta de pijamas te gustaría hacerla en exclusiva con cierta persona. Y no en pijama, precisamente –tiré y fallé.

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