–¡Abril, te necesito! –oí a Blanca desde la consulta. Y es que a menudo ocurría que requería de mi ayuda para poder tranquilizar a los pacientes mientras que estos eran atendidos. Y cuando digo atendidos quiero decir sedados. Haber visto a una niña desdentada por casi todos los lados con pinta de mala leche ya había sido un precedente. Pero cuando entré y vi que la niña estaba llorando y su madre no sabía qué hacer suspiré internamente.
–Puede esperar fuera, si la ve aquí se pondrá más nerviosa –le dije a la madre. Ella obedeció amablemente y cerró al salir. Miré a la niña, que observaba horrorizada la aguja con la que Blanca iba a anestesiarla. En un intento de tranquilizarla comencé a hablarle despacio, para que me cogiera confianza, y le aparté el pelo de la cara para que lo se le metiera en la boca. A lo que la hija de su madre me correspondió con un bocado que me hizo gritar.
Al hacerlo ella siguió llorando y diciendo que no quería y Blanca me dijo que podía irme. Claro, después de haberme llevado un mordisco... Frotándome el brazo donde me había dejado marca salí y cerré de un portazo, cabreada por todo. No solo no debía estar trabajando en un dentista, sino que también me llevaba mordiscos de regalo.
–Para tener pocos dientes muerde que da gusto –refunfuñé a su madre, para que luego le castigara por haber sido tan maleducada.
–Tiene un poco de mal genio sí.
Y ni perdón ni nada, la tía. Me tuve que callar, haciendo acopio al lema de "el cliente siempre lleva la razón" pero con ganas de morder yo a la madre para que supiera lo que se siente.
–Al menos espero que esté vacunada de la rabia –sonreí, intentando no expulsar veneno por la boca.
–Eso es a los perros –contestó confundida.
–Ah, es verdad –pero tampoco es que la gente acostumbrara a morder, así que si tenía complejo de perro la niña así iba a tratarla. Y ya me daba igual lo que me dijeran porque me había parecido de lo más maleducada tanto la niña como la madre.
–¡Abril! –chilló Blanca desde la consulta. Parecía que me había oído. Cosa que era increíble teniendo en cuenta que la niña lloraba como si le estuvieran sacando dientes sin anestesia.
–¡Y yo que sé de qué se vacunan los niños, es por mi salud! –contraataqué.
Una vez en casa, agotada tras el largo e intenso día que había tenido me tiré a dormir en el sofá después de ponerme el pijama de verano, con la intención de dormirme sin siquiera cenar. Y una vez que ya lo estaba consiguiendo, cuando ya empecé a soñar y todo, tocaron la puerta con fuerza.
Primero me asusté, y luego recordé que ahora tenía un vecino tocapelotas. Pisando fuerte abrí la puerta respirando con dificultad, tratando de no mandarle a la mierda tan rápido.
–Hola –dijo sin más, apartándome de su trayectoria y entrando a mi casa. Abrió el ventanal que daba paso al patio y le miré con intriga. Segundos después vi cómo desandaba el camino y salía de mi casa con una pelota de baloncesto en sus manos.
–Adiós.
¿Pero qué...?
–Acabas de infringir el trato. Me debes algo a cambio –sonreí con suficiencia, dándome cuenta de que podría pedirle lo que quisiera.
–No. Técnicamente firmé que no podía cruzar la línea, pero no decía nada sobre bordearla, que es lo que he hecho cuando he entrado en tu casa. Así que, en teoría, no he infringido ninguna norma –me quedé con la boca abierta dándome cuenta de que posiblemente había esperado toda la tarde a que regresara para recuperar su pelota. –Buenas noches –y cerró la puerta de su apartamento. Antes de poder reaccionar volvió a salir, asomando solo la cabeza para decirme; –bonito pijama.
Y me di cuenta de todo lo poco que mi pijama dejaba a la imaginación. Teniendo en cuenta que la mayoría de la noche sudaba del calor sofocante que hacía me había comprado un pijama bastante... ligero, que dejaba entrever mis pechos y cachetes. Al darme cuenta me tapé cuanto pude con la mano, sin pensar en que ya lo había visto y no iba a quitarle esa imagen de la cabeza.
–Dedícamela, al menos –chillé cuando cerró la puerta.
–¿El qué? –preguntó, pero ambos sabíamos a qué me refería.
Dado que el día anterior mi compañero de patio había hecho uso de este, decidí que ese día sería mío. Ya que así lo habíamos pactado. Como había tenido la amabilidad de allanar mi morada sin permiso (que aunque no lo negara no fue porque no quisiera, sino porque ni tiempo me dio a gestionar la situación) yo había pensado en cómo podría devolverle la sorpresa.
¿Me había gastado un dinero que me hacía falta en una luz hiperpotente para dirigirla a su cuarto y que no pudiera dormir? Eh, sí. Y no me arrepentía.
Cuando saqué un alargador de enchufes conectado al salón por la ventana del salón lo enchufé al foco que había comprado. Y cuando llegaron las diez de la noche, hora en que la mayoría de gente ya se está yendo a dormir, la encendí y la puse en modo fiesta de hardcore. Esa parpadeante y molesta, sí.
Llevé una cerveza a la mesa que mis padres me habían regalado y me senté pacientemente a esperar a que mi vecino, que sabía que ya se estaba yendo al cuarto a dormir, se molestara. Y esperé, y esperé. Ya iba por la tercera cerveza cuando abrió la ventana y me vio sentada, conteniendo las ganas de sacarle el dedo corazón, y sin decir nada me guiñó un ojo y bajó la persiana hasta que, estuve segura, ningún rayito de luz se colaba en su cuarto.
Y me di cuenta de que para joderle tendría que ser más ingeniosa.
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Patio compartido
Humor¿Quién me iba a decir que en cuanto me independizase conviviría con el mismísmo diablo? Abril no es exactamente el prototipo de triunfadora que tenemos en la cabeza, pero oye, hace lo que puede. Y sí, Abril soy yo, una graduada en lenguas muertas q...