Capítulo 6

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Muy a mi pesar tuve que ir a la puerta de mi queridísimo vecino a intentar buscar una solución para el domingo. Había llamado ya de noche, al volver del turno de tarde, porque, sí, muchas veces tenía turno partido. Maravillas de mi trabajo.

–Hombre, pero si es mi amiga la simpática –se apoyó en el marco de la puerta y evité a toda costa mirar su brazo y centrar mi vista solo en su cara. Que, ojo, también era de admirar.

–Tu plato –se lo devolví porque, aunque había pensado en quedármelo, igual no me ayudaba con lo que iba a proponerle. –Ahora sin rodeos; necesito tu ayuda. Mis padres vienen a comer el domingo a casa.

–¿Quieres que me haga pasar por tu novio o algo así? –levantó una ceja, extrañado.

–No sería creíble, así que no te hagas ilusiones –solté intentando que no se notara que me parecía guapo y sí, sería creíble. Yo era bastante atractiva y lo sabía, y ese chico seguro que también se había dado cuenta. No sería extraño que saliéramos. –El caso es que tienes que hacer todo lo contrario. Hacer como si no estuvieras.

–Como si no estuviera ¿dónde?

–En tu casa. O sea, quiero decir, que se supone que la casa es toda mía.

–¿Mi casa también es tuya?

–No, oh dios, qué complicado eres de entender. A ver si trabajamos la lógica que se te ve cortito.

–Me han dicho muchas cosas menos cortito –dijo simplemente. Pero sería creído.

–No me interesa, gracias. Yo lo que te estoy intentando decir –cada vez hablaba más cabreada porque parecía que se estaba riendo de mí. Qué coño, es que se estaba descojonando en mi cara. –Es que hagas como si el patio no fuera tuyo. En teoría, para mis padres, yo no comparto piso, ni patio. Ni siquiera yo lo sabía y de haberlo sabido me hubiera replanteado el alquilarlo...

–O sea que no quieres que sepan que yo tengo parte del patio.

–Fantástico, lo has entendido –me di la vuelta dispuesta a irme antes de...

–Espera, que eso no va a ser gratis –antes de eso. –Tendré inmunidad para hacer ruido a la hora que quiera y no te vas a molestar.

–No, ni de coña. Dormir es lo que más disfruto en esta vida, y no voy a permitir que me molestes sin quejarme.

–Un mes –propuso.

–Un día –gruñí.

–Dos semanas –contraatacó.

–Una, y cada vez que hagas tortitas y hagas ruido me invitas, por las molestias.

–Por las molestias, ya...

Entré en casa y cerré tan fuerte como pude, pensando que eso no iba a salir bien. De ninguna manera podía salir bien, y yo lo sabía.

Una vez que me mentalicé de que el domingo mis padres irían a comer llamé a Cayetana para comentarle la situación. Y teniendo en cuenta lo bien que se llevaba con mis padres tuve que insistir mucho para convencerla.

–No voy a ir –se negó en rotundo Cayetana.

–Por favor, sabes que no aguanto estar más de una hora con ellos a solas, me acribillan a preguntas y son muy intensos cuando se lo proponen.

–Pero es que son tus padres, no los míos –argumentó. Y toda la razón que tenía, pero... ¿iba a ser yo tan egoísta como para obligar a mi amiga a ayudarme a sobrellevar una comida con ellos? La respuesta estaba más que clara.

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