Capítulo 35

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Aproveché para ducharme y cambiarme de ropa, a un vestido corto veraniego y unas sandalias, que sería lo que llevaría para la noche de los farolillos. Aproveché para maquillarme un poco, que aunque a menudo no lo hiciera, esa noche lo merecía. Llegué a casa de Caye y ya estaban cenando para irnos al terminar. La tradición era que a medianoche todos nos juntáramos para eso, y en el pueblo nos lo tomábamos muy a pecho... incluso los primos de Caye seguían viniendo con nosotras cada año.

Y gracias a dios mis padres habían entendido esos últimos años que prefería pasar esa noche con amigos, y ellos hacían lo mismo, así que no me llevaría la charla hasta la comida del día siguiente.

–Me parece una tradición muy bonita –comentó Laura cuando salimos de casa de mi amiga para irnos.

–Lo es –afirmó Caye, –se crea un ambiente y un paisaje únicos.

Al llegar había mucha gente allí, pero todavía quedaban muchos por llegar. El sitio donde se hacía era una gran explanada de paseo que tenía un mirador que daba al mar, lo que permitía que mientras soltábamos el farolillo pudiéramos ver cómo se perdía en el horizonte, donde el mar con suerte reflejaba las luces que se perdían en el cielo.

–No sé cómo conseguiste estar tanto tiempo fuera de aquí, Abril. Me he enamorado de este pueblo y apenas he venido dos veces –comentó Rocío, maravillada por toda el ambiente que esa noche creaba.

–Bueno, me lo pusisteis fácil siendo tan buenos amigos –respondí. Sí que era cierto que había echado de menos el pueblo, el mar, e incluso a mis padres, todo hay que decirlo. Pero lo que no había echado de menos era su control y sobreprotección excesivos.

A falta de diez minutos para que comenzáramos a coger los farolillos que había en la mesa que cada año montaban solo para esa noche, vi que Ethan se acercaba desde lejos con su hermana a paso ligero, ambos sonriendo. Fue como si me girara justo a tiempo para verlos, como si supiera que él estaba llegando. Caye se dio cuenta de a quién miraba, mientras que los demás hablaban de otras cosas, y me dio con el hombro.

–Venga, vete con él –le señaló con la cabeza. –Tienes muchas cosas por las que pedirle perdón –se rio.

–No. Llevamos muchos años pasando esta noche juntas, y todos ellos también están hoy aquí, no voy a romper la tradición. Luego puedo verle, vivimos al lado –negué con la cabeza y aparté la vista de él, que no me había visto entre tanta gente.

–Venga, no te hagas de rogar... –ella vio que no era negociable, que no iría con él ni les dejaría solos, y rodó los ojos. –Bueno, pues dile que venga, entonces. No nos importa que vengan dos más, y si les importa que se aguanten –supe que ella lo decía solo para hacerme reír, porque a ninguno le molestaría que vinieran. –Venga, vete a decirle que se nos acople, que vamos a ponernos a la fila para coger los farolillos –y me dio la espalda, dándome a entender que era una orden. Respiré hondo y tragué saliva. Esa era una noche muy especial para mí, y al pensar que pudiera pasarla también con él... solo me hizo sonreír y darme cuenta de que no era tan mala idea.

Eché a andar entre la gente, buscándole, y alguien me agarró del brazo y me hizo detenerme. Al darme la vuelta lo encontré ahí, de pie, delante de mí, tan bien vestido que me costó no besarle delante de todo el mundo. Tan guapo que... que no supe cómo siquiera se había fijado en la gruñona vecina cascarrabias que tenía al lado.

–Has venido... –solté, aunque era una frase un poco estúpida porque, si estaba delante de mí, claro que había venido. Yo misma le había contado de la existencia de esa noche y él me había dicho que no sabría si vendría, que se lo pensaría. Su hermana apareció detrás de él y me saludó amablemente.

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