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"Sentiste alguna vez, lo que es tener el corazón roto", Andrés Calamaro

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"Sentiste alguna vez, lo que es tener el corazón roto", Andrés Calamaro.
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Cuando Candela regresó a su Casa se encontró con su padre en el living, pensó que este iba a regañarla por volver tarde, pero él estaba sosteniendo una valija:

—Cande, perdón hija pero me voy unos días a la casa de los abuelos, las cosas con tu mamá no dan para más— le dijo mientras tomaba las llaves de su auto. Le dio un beso en la frente y se fue.
Candela se quedó dura mirando fijamente la puerta. Tardo unos segundos en reaccionar. Subió instintivamente para ver cómo se encontraba su madre, pero esta estaba en su habitación encerrada. Podía escuchar su llanto. No quiso molestarla además no sabía que decirle, "¿Cómo se consuela a una madre? ¿No se supone debería ser al revés?" pensó mientras se encerraba en su habitación. Puso su CD favorito para los momentos en los que solo quería llorar y se abrazó a su almohada. Lloro tanto que se quedó dormida del cansancio.

Al otro día se despertó con un dolor de cabeza intenso. Bajo a preparar algo de desayunar a ver si eso calmaba las punzadas que estaba sintiendo. Su madre seguía en su habitación, aún no había bajado. Candela le preguntó a través de la puerta si quería el desayuno, pero se negó. Sonó el teléfono y cuando atendió se sorprendió al escuchar que era Joaquín quien muy directamente y casi sin filtros le dijo que solo la llamaba para avisarle que la abuela de Lara había fallecido y que iban a velar sus restos. Candela cortó  el teléfono casi en shock, agarró sus cosas y se fue corriendo a consolar a su amiga.

Al llegar a la casa de velatorios lo primero que hizo fue abrazar tan fuerte como su cuerpo le permitía a su amiga. Lara solo lloraba, sin decir mucho. Candela sabía cuán importante era su abuela para ella.  Candela respiró profundo y percibió un perfume que podía reconocer en cualquier lugar. De repente sintió como alguien se unía a ese genuino abrazo y las abrazaba a ambas, como tantas otras veces había hecho.

—Hola—dijo Joaquín con vos baja. Tenía los ojos rojos he hinchados. Se notaba que él también había estado llorando. Los tres se mantuvieron en silencio por varios minutos en ese abrazo que sentía como volver a los días en que solo importaban las galletitas, la chocolatada y los dibujos animados.  Lara tenía que saludar a la gente que venía a expresar sus condolencias, cosa que Candela nunca entendió de los velorios, ella los odiaba, se sentía incomoda, no sabía que decir ni que hacer. Se sentía un poco abrumada así que decidió salir a tomar un poco de aire a la calle. Se apoyó contra un portón de la casa de velatorios, era un día otoñal bastante cálido, pero estaba gris y triste como ella. Pero fue rápidamente interrumpida por una mano que se posó en su hombro.

—¿Estas bien, Petisa?

—¡No!, odio los velorios y que mi amiga este sufriendo y no poder hacer nada... y también ayer tuve un día terrible— suspiró profundamente tratando de contener las ganas de llorar.

—¿Qué te paso?, Sé que me porté mal con vos, pero seguís pudiendo confiar en mí siempre que me necesites— contestó Joaquín.

—Gracias, me hace bien saberlo. Ayer volví a mi casa y me encontré a mi papá yéndose con una valija, todavía no volvió, mi mamá no sé... ni había salido de su habitación cuando me fui— dijo Candela mientras empezaba a derramar algunas lágrimas sin poder contenerlas más.

—No me digas...tranquila todo va a estar bien— le dijo y la abrazó fuertemente. Candela se desarmó en ese abrazo que hasta aquel momento no se había dado cuenta de cuanto necesitaba.

—Eso espero... tengo algo más que contarte pero te vas a enojar— Candela bajo la mirada sus zapatillas y empezó a jugar con sus dedos nerviosa.

—Saliste con Nicolás ¿No?— pregunto resignado.

—¿Cómo te enteraste?, bueno eso no importa, lo pasamos bien, fui a su casa, charlamos todo iba genial—trató de suavizar la situación—hasta que le dije algo que no le gustó y se puso como loco. Me asusté un poco.

—Te dije que te alejes de él, por lo que cuenta Julián, Nicolás no está bien, se pelea mucho con él y sus padres, se escapa de la casa y se está juntando con gente pesada, vos no perteneces a ese mundo, Petisa— le contó Joaquín, podía notarlo realmente preocupado. 

—Sí, lo sé pero creí que era diferente esta vez— Contestó resignada—Volvamos con Lara mejor– Dijo y luego regresaron a seguir consolando a su amiga.

Ella podía sentir que Joaquín se encontraba consternado. Se sentía egoísta pero un poco le gustaba que se preocupase así por ella.

Cuando regresaron Lara estaba hablando con la chica del boliche. Candela se sorprendió al verla pero enseguida vio que la cara de su amiga había cambiado para mejor y había recuperado un poco de color en sus mejillas, así que solo se limitó a seguir acompañándola. 

Más tarde Joaquín se ofreció llevarla a su casa, ella le dijo que no hacía falta. La realidad era que Candela estaba evitando regresar a toda costa, pero sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo.

Candela entró a su casa y se encontró a su madre en bata tomando un té en la cocina.

—Hija, ¿podemos hablar?— Dijo su madre.

—Tuve un día terrible, Má.

—Nada que un buen té de miel no cure— se levantó y puso la pava— tengo que explicarte que pasó anoche.

—Está bien, vos y papá son grandes y saben lo que hacen, no te preocupes por mí— respondió Candela tratando de evadir la conversación.

—Sí y es por eso tengo que explicártelo. Las cosas con tu papá hace tiempo que no están bien y nos estábamos lastimando demasiado— explicó su madre con sinceridad—Quizá deberíamos habernos separado hace años, no lo sé, fue lo que nos salió hacer—. Candela asintió, mientras se aferraba a la tasa de té humeante que se encontraba bajo su nariz.

—A veces las cosas no salen como queremos y tenemos que pensar en los demás, decidimos que no podemos seguir así que no es sano para vos— la tomó de la mano, —y yo por mi lado yo voy a empezar terapia— afirmó su madre. 

—Me duele, pero lo entiendo, Mamá—la miró a los ojos y dijo— Gracias por confiar en mí.

—Gracias a vos por ser la mejor hija del mundo— dijo su mamá mientras ambas se fundían en un abrazo. Pocas veces habían tenido una conversación madre e hija tan tranquila y sentida como esta. Siguieron hablando por horas de muchas cosas, como hacía años que no hacían.

Corazones sin destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora