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El día en que él llegó, supo que algo no estaba bien. Lo sentía en sus huesos, algo había cambiado pero no lograba identificar lo que era. Era de ese tipo de presentimiento que marcaba como una herida que nunca cicatrizó. Pero todo parecía estar bien: sus cosas estaban donde deberían, ella estaba bien de salud y en la ciudad nadie estaba entrando en pánico ni nada parecido.

Estuvo inquieta la mayor parte del día.

No tenía un trabajo en sí, vivía en el límite entre el bosque de Trúfulas y el pueblo. Su madre le enviaba algo de dinero mensualmente, así que tuvo que empezar a administrarse bien aunque de pequeña no estuviera ni cerca de ser una persona responsable, pero ya era hora de independizarse. Solo compraba comida, no pagaba renta ni nada parecido así que podía ahorrar, tener algo con lo qué empezar.

Tenía planes de mudarse, estar rodeada de naturaleza no era muy lo suyo, aunque pasaría de experimentar una total tranquilidad y paz, al agobio y bullicio urbanita. Quería evitarlo.

Salió de la cabaña que usaba como hogar temporal. Fue construida por ella misma, por eso parecía que al mínimo silbido del viento se derrumbaría. La luz del sol chocó contra su rostro y le cegó, alzó su mano para evitar ver los rayos que emitía el sol de lleno. Suspiró pesadamente, cerrando los ojos, disfrutando de su soledad.

Se dirigió al centro de bosque de Trúfulas, traía unas pequeñas pinzas en mano. Algo que casi nadie sabía es que en medio de la gran forestación, crecían algunas bayas en los arbustos. Y eran perfectas para hacer ciertas sopas, de las que dependía un poco más de lo que admitiría. Así que iba y tomaba solamente las necesarias, siempre habían unos ositos siguiéndole para ver lo que hacía, en otras ocasiones unos peces dorados que podían pararse en dos patas y un anaranjado pato volador.

El más pequeño de la manada de osos pardos era su favorito. Lo había nombrado "Pipsqueak", de cariño. Era tan lindo que quería quedárselo pero no podía hacerle eso a su familia, así que solo lo veía en sus caminatas diarias si es que coincidían.

En el camino vio a la susodicha familia de mamíferos, y a los demás animales que vivían en el bosque rodeando algo, tomados de las manos. O de las patas, correctamente hablando. No fue difícil descifrar que se trataba de un árbol cortado, quedando solamente el tocón reseco.

¿Quién? Que supiera, no había nadie además de ella.

—¡Oye, tú!

Notó que había alguien más ahí, alguien que nunca había visto, que fue quien la llamó. Era pequeño, anaranjado al igual que el pato pero, la contextura de su cuerpo era diferente. Como un mono, pero más ancho. Su llamado llamó la atención de casi todos los animales, provocando que también la miraran.

—Ah... ¿sí?

—¿Tú talaste este árbol? — preguntó con enfado, apuntándole con el dedo.

—No. — negó segura de lo que decía.

—¿Y esa cosa que traes en la mano?

Preguntó con un tono acusatorio, como si se percatara de que le mentía y tratara de sacarle la verdad a como dé lugar. Tragó duro. Si decía que venía a cortar bayas, cuando le acusaba de cortar un árbol, menos le creería, y su enojo incrementaría. Usaba las pinzas para cortar las bayas ya que los tallos eran venenosos, lo descubrió de la peor manera.

—Lo necesito para algo. ¿Quién eres?

O más bien qué cosa era.

—Soy el Lorax, hablo por los árboles. — respondió. — Soy el guardián del bosque.

✓ ALL TOO WELL, once-ler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora