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Una semana después del comienzo de la elaboración de Thneeds, tuvieron que mudarse, ya que Once-Ler no podía trabajar desde el bosque. Y lógicamente por ser su novia tenía que acompañarlo, hizo sus maletas (llevándose la semilla de Trúfula por si Once-Ler la necesitaba) y se fueron.

Se mudaron a una lujosa mansión estilo mediterráneo de la que cada mañana él salía para trabajar arduamente y regresar hasta altas horas de la noche, con ella esperándolo para cenar o para poder dormir en paz.

Muchos pensarían que al ser todo un empresario de negocios, empezaba a descuidar su salud, pero no, no fumaba ni nada parecido. De hecho trataba de mantenerse sano y de evitar desarrollar malos hábitos para poder seguir ocupándose del negocio. No había sacrificado tanto para perderlo por un tumor en los pulmones o una enfermedad de los riñones.

La mañana antes de ir a su primer día de trabajo, tuvo que ayudarle a anudarle la corbata verde a rayas negras ya que él no sabía hacerlo, tenía que ir formal después de todo. Debido a que de pequeña su padre tampoco sabía, tuvo que aprender. Su estilo era más de camisetas desgastadas, y su madre era un caso perdido en esos temas. Fue su salvadora en muchas ocasiones y tal vez ahora sería el de su pareja.

Once-Ler vestía un saco verde, guantes largos del mismo tono y un sombrero negro que se asimilaba al de un mago. Junto a unos lentes brillantes que sinceramente eran ridículos, pero en él quedaban tan bien que no le molestaba. Una cadena de oro reluciente colgaba de su cadera, dando la impresión de que era todo un multimillonario.

Mientras estaba distraída, Once-Ler le robó un beso. Alarmada le reprendió con la mirada pero no hizo más que sacarle una risa al contrario.

—Lo siento, te veías tan concentrada. ¿Ya está lista? — asintió alisándola. — Está bien, te amo.

—Y yo a ti, suerte. — después de darle un último beso de despedida, se fue. Suspiró profundamente, estaba perdida.

A veces se sentía como una princesa atrapada en una torre, esperando por su príncipe para rescatarle y vivir felices para siempre. Pero eso era cada día. Despertar sola, desayunar sola, estar sola por el resto del día, él llegando tarde y mimándola hasta que se quedara dormida, y repetir. Lo peor de todo es que había demasiada servidumbre y, literalmente estaba rodeada de gente que no conocía. Aquello era incómodo.

Pero después de todo, aprenderse el nombre de cada uno de ellos era algo en lo que podría usar su tiempo libre. Ya llevaba unos seis, un gran logro.

Sintetizando, era feo dormirse sintiéndose segura en los brazos de su amado y despertando como si lo de la noche anterior hubiera sido un vil sueño provocado por su subconsciente. En un intento por tener algo a lo qué aferrarse para sobrevivir estas semanas. E incluso más.

En fin, había sido una semana difícil.

Era de noche y las estrellas tintineaban en el cielo nocturno de manera mágica. Eran miles. Millones. Billones. Trillones. Eran demasiadas las pequeñas luces inagotables que seguían perseverando hasta el día de hoy que conformaban su universo, y más allá. Tan solo de pensarlo a fondo era alucinante. Sin duda habían elegido una muy buena zona para vivir.

Oyó la puerta abrirse y cerrarse cuidadosamente, se giró. Su pareja acababa de llegar, notó que tenía los hombros tensos por el largo día de trabajo. Pero seguía sonriendo, sonriendo al verla. Como si su presencia lo hubiera animado. Y lo hizo. La vio tan calmada, respirando acompasadamente mientras miraba por la ventana en el sillón individual, hundida en sus pensamientos, y pensó que ese escenario podría ser el mejor con el que podría encontrarse al llegar a casa.

—Mi princesa, ¿qué haces tan tarde? — desordenó su cabello al llegar a su lado, y besó su coronilla. — Una princesa tan bella como tú no debería desvelarse.

—No podía dormir, así que te estaba esperando. — se sinceró sintiendo como desterraba el frío natural de la noche con su calor corporal al abrazarle. Sus acogedores brazos rodeándola con verdadero cariño.

—No lo hagas, no me gusta arruinar tu horario de sueño. Vamos al cuarto. — asintió, pero antes de pararse le detuvo. — ¿Puedo cargarte?

Sonrió, y asintió. Siempre quiso saber lo que se sentiría, como se sentiría vivir cosas que solo le sucedían a las chicas de las películas románticas que su hermana menor veía. Por un momento se preocupó de si podría soportar su peso (debido a su complexión), pero no mostró queja alguna. Caminó por los largos e interminables pasillos con ella en brazos al estilo nupcial, ____ se aferraba a su cuello mientras miraba fijamente el techo, y Once-Ler la veía a ella y al camino al mismo tiempo para no tropezar.

¿Así se sentía estar enamorado?

Abrió dificultosamente la puerta, tratando de no hacer mucho ruido ya que no eran los únicos en la casa, y en cuanto la dejó sobre la cama con cuidado, cerró la puerta. Apresurado fue hacia ella y la besó, como si fuera una necesidad.

Sonriendo con un deje de sorna, correspondió. Estaba algo desesperado, pero también tan apasionado como le era humanamente posible. Apasionado por besar a su mujer que cada día le esperaba, pacientemente, y no pedía nada a cambio. Era tan buena. Pero aunque no pidiera nada, se lo daba: le daba todo su cariño a cambio de su paciencia, amor con amor.

Al abrir la boca frotó la punta de su lengua con la suya, gimió suavemente. Sus besos eran muy buenos. Sus respiraciones se aceleraron y jadeaban, ambos daban todo de sí para demostrarse su amor.

Sus pestañitas, sus pecas, su naricita...

—____, te amo, ¿quisieras... tú... estar conmigo? — estaba tan nervioso al momento de preguntar, y aquello era tan lindo. Sabía que tenían la protección necesaria, ya que lo había visto guardando un condón en el cajón del lado de su cama. Literalmente estaban protegidos, podrían proceder sin ninguna preocupación y estarían bien. Solo faltaba que ella estuviera lista mentalmente, y como si le leyera la mente, Once-Ler volvió a hablar. — Si no te sientes lista esperaré. — tomó su mano y la besó, como si fuera un caballero de brillante armadura y ella su princesa que lo amaba incondicionalmente.

—No... — negó, para volver a mirarlo. — Hazme el amor, Once-Ler... — gimió aferrándose a su cuerpo.

Al darle luz verde volvieron a besarse despojando la ropa de sus cuerpos lentamente. No tenían ninguna prisa, solo eran ellos dos a punto de cometer la prueba de amor más grande de todas.

Y se entregó a él. Once-Ler aún no cambiaba a esa personalidad tan fea así que vivía sin remordimientos. Vivía tranquila sabiendo que hizo tal importante acto con una persona honesta, amable y que la amaba.

✓ ALL TOO WELL, once-ler.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora