Al día siguiente despierto con una resaca en toda regla. Los rayos del sol entran por mi ventana haciendo que entrecierre mis ojos por la fuerte luz que me da en la cara, no hace más que empeorar mi dolor de cabeza. No sé quién rayos ha corrido la cortina pero voy a matarlo. Siento mi garganta seca, por lo que me dirijo a la cocina por un vaso de agua.
Fuera de mi habitación todo está en silencio.
Agarro del estante un vaso y me sirvo agua filtrada del grifo, me la tomo de largo sintiendo mi garganta refrescarse. No recuerdo casi nada de anoche. Lo único memorable fue que antes de partir, mis amigos hicieron que me tomara toda la botella de vino. En intervalos, claro, y de a poco, porque si no hubiera salido desmayada de aquí hacia la disco. Lo demás es un borrón negro en mi mente.
Aún sigo con la ropa de ayer, un vestido negro sencillo de tirantes. Al estar sin tacones, descalza, me siento una enana parada en medio de la cocina, también me siento asquerosa, y sé que lo estoy. No necesito mirarme en un espejo para saber lo desastrosa que me veo.
Como mis amigos aún siguen en medianoche, y yo no tengo que trabajar, decido darme un baño, pero uno realmente largo. De esos que te echas en la bañera mientras escuchas música tranquila y puedes oler el aroma de las velas que pones alrededor.
Cuando estoy llenando la tina, con una sonrisa feliz por la emoción, destellos de la noche anterior aparecen en mi mente.
Yo bailando como loca en la pista de baile junto a Rhys y Kenth. Yo riéndome hasta casi orinarme. Yo chocando contra un hombre y cayéndome de culo. Yo recibiendo la tarjeta del guapísimo hombre que me vio caer de culo.
Sobresaltada me palmeo el cuerpo hasta buscar en mi sostén. Siempre suelo guardar cosas ahí, es la mejor forma de que nadie vea lo que llevas. ¡Bingo! Mis dedos rozan una tarjeta y la saco, está muy arrugada y apenas se leen las letras por el sudor que se acumuló ahí. Pero de todas formas la vuelvo a observar. Cuando leo el nombre de Emilio Di Angelo siento algo en el estómago. Ese hombre sí que era guapísimo. Recién ahora me puedo dar el lujo de sonrojar..., pero del calor que sentí cuando lo miré y tomé su fuerte mano.
Busco mi teléfono celular y cuando lo encuentro, googleo su nombre. Mis dedos vuelan sobre la pequeña pantalla. Al instante me salen las búsquedas para: Emilio Di Angelo. Cuando busco las fotos, puedo ver que en todas ellas sale sin una sonrisa, sino con expresión seria. Incluso puedo ver que hay algunas con una mujer, quien él agarra de la cintura. En el encabezado se lee "Emilio Di Angelo en la gala benéfica junto a su novia Verónica Martínez" Es de hace dos semanas, por lo que mi corazón se aprieta al saber que tiene novia. Y no era para menos, con semejante hombre guapísimo. Su novia también está a la altura de él; guapa y de cabello negro, a juzgar por su rostro y apellido, opino que es española.
Sin más demora, busco en el mapa la dirección de la tarjeta que me dio. No está muy lejos de aquí. A quince minutos en carro y en bus son veinte. Con una sonrisa alegre, me quito la ropa y me meto a la ducha. Ya no hay tiempo de un espumoso y aromático baño. Debo ir cuanto antes a esa dirección y buscar trabajo. Son sólo las nueve de la mañana pero para mí eso es muy tarde. En estos momentos estaría estresada con todo lo que Martha me hubiera dado para hacer en el día. Era una empresa grande por lo que todos los días había mucho por hacer, en especial Martha, quien cada día tenía una nueva tarea para mí que incluía su vida personal.
Luego de la rápida ducha, me visto formalmente. Con una falda tubo negra, una blusa blanca y un saco negro sobre ésta para el frío clima. Guardo mis cosas en mi bolso, incluyendo un USB con mi currículo, y salgo disparada al paradero de autobuses.
Media hora después estoy entrando al imponente edificio que marca la dirección de la tarjeta en mis manos. Es de muchísimos pisos, tantos que no puedo contar, y queda en una avenida muy concurrida, cerca de la plaza principal de la ciudad. Mi boca cae abierta al ver lo lujoso que es por dentro. Para poder pasar debo poner mi dedo pulgar para que una maquina lea mi huella, pero ya que no trabajo aquí, debo dejar mi tarjeta de identidad, a cambio de que el jefe de seguridad me dé una tarjeta de pase. Cuando la obstengo, voy al ascensor y presiono el piso número veinticinco. Me fijo que el ultimo botón, y por lo tanto el último piso, es el número cuarenta. Mientras el ascensor se llena, abro mis ojos como platos. A mi alrededor hay muchas personas ajetreadas y con ternos. Todos se ven muy elegantes y con mucho dinero para mi gusto.
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La obsesión del jefe | ✓
RomanceTamara es la obsesión del jefe. Él no parará hasta hacerla suya. *** Tamara Hudson, Tammy para sus mejores amigos, es despedida de su trabajo por su jefa malvada. Desempleada y con muchas cuentas que afrontar, decide olvidarse de todo lo malo de su...