Capítulo 8: Pensamientos crudos

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Cuando me subo al Aston Martin de Emilio, el olor a su colonia combinado con el olor a cuero del auto inundan mi nariz. Me siento detrás, junto a Antoine y me quedo callada cuando Emilio arranca su auto. Verónica está en el asiento junto a él y no hace más que acariciar la mano de su novio por sobre la consola. Acto que no pasa desapercibido por mí o por Antoine que estamos sentados detrás observándolo todo.

El único sonido que se escucha por el momento es el del motor potente del auto. Escuchar aquello me hace sonreír, y también me produce excitación. Aún recuerdo ayer cuando manejé este auto tan lujoso. Me sentí como una celebridad.

-¿Aún sigues con aquella regla, Emilio? -pregunta Antoine en el silencioso auto.

Yo miro por la ventana de al lado para no tener que incluirme en aquella conversación. Me siento muy incómoda en este reducido espacio donde sólo estamos los cuatro.

Al notar que Emilio se demora en responder la pregunta de Antoine, levanto un poco la cabeza y lo espío por el espejo retrovisor. Emilio tiene la mirada fija al frente, conduciendo con aspecto serio y concentrado. Por unos breves segundos su mirada se encuentra con la mía por el espejo retrovisor, me sonríe ligeramente y luego habla.

-¿Por qué quieres saberlo, Antoine?

Verónica también se mete. Como siempre esta mujer no se puede quedar callada.

Irónicamente aquello me recuerda alguien.

A mí.

-Yo sé que algún me dejarás manejar este auto, amor.

Abro mis ojos con sorpresa. Esta vez volteo hacia ellos y me inclino hacia delante totalmente interesada con la conversación.

-¿Qué? -pregunto mirando entre Antoine y la nuca de Emilio-. ¿Acaso Emilio no deja que manejen su auto?

Antoine me mira con burla.

-¿Manejar? -se ríe-. No deja que nadie toque su auto. ¿Sabes las veces que le rogué aunque sea subirme al asiento del conductor? ¡Ni siquiera pude darle una vuelta! No todos los días tu mejor amigo se compra un Aston Martin.

La sorpresa me inunda.

No puedo salir de mi asombro ni aun cuando Emilio me mira por el espejo retrovisor y me guiña el ojo. En ese momento creo desmayarme.

Ni siquiera puedo abrir la boca para decir algo. Estoy anonadada ante el hecho de que Emilio, mi jefe, dejó que me subiera al asiento del conductor, e incluso que manejara por la ciudad con su súper auto lujoso, sin ruegos de mi parte o peros de la suya.

Sólo con una pregunta que le hice, él aceptó rápidamente. Emilio dejó que yo, una extraña que conoce de sólo una semana manejara su auto y no su mejor amigo de la vida. ¡Ni siquiera su novia!

Hago un pequeño baile mental y me relajo contra el asiento, sonriendo como una tonta a la nada. Antoine se inclina hacia mí, mirándome con sorpresa.

-¿Qué? -pregunta exaltado-. ¿Tú has manejado uno de estos?

-En sus sueños, seguro -murmura Verónica con voz burlona.

Antoine la ignora, y decido hacer lo mismo, sólo por hoy. Y porque he manejado el auto de su novio y ella no.

Le sonrío a Antoine.

-Por supuesto. -Levanto una mano y le doy pequeñas palmaditas en el hombro-. No te preocupes, Antoine. El día en que manejes un Aston Martin o un Lamborghini, llegará. Confía en mí.

Antoine resopla y murmura algo ininteligible por lo bajo.

El auto se vuelve a sumir en un silencio cómodo que yo aprovecho para alegrarme mentalmente. Aun no puedo salir de mi asombro sobre la regla de Emilio. Debe ser algo así como: «Prohibido manejar y/o tocar el Aston Martin». O «prohibido sentarse en el asiento del conductor sin mi permiso, o con él». No sé cuál es la regla exactamente pero yo ya la rompí. Y todo por el propio Emilio.

La obsesión del jefe | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora