Capítulo 38: Más de lo mismo

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Cuando Analu empieza a analizar mi departamento como si lo hiciera por primera vez, captando todo lo que sus ojos marrones alcanzan, creo que es mala idea haberla dejado pasar. Como no quiero demostrar nerviosismo en su presencia, dejo mi bolso en la isla de la cocina y abro la refrigeradora tomando el vino helado que los gemelos y yo solemos beber cada fin semana (por lo menos antes que conociera a Emilio y pasara mis fines de semana con él) y me sirvo una copa. Estoy tentada a servirle uno a ella también pero probablemente le escupa en la bebida y por mucho que lo merezca no quiero desperdiciar una sola gota de mi vino.

Vuelvo a la sala y la veo sentada de piernas cruzadas como si fuera su departamento, con un cojín bajo su brazo y con el otro sobre el mueble. Me ve llegar con una copa de vino.

-¿Y para mí? -pregunta.

-No hay. -Me encojo de hombros ignorando el entrecierro de sus ojos en mi dirección. Me siento frente de ella en el sofá individual y trato de imitar su postura relajada-. Habla, ¿a qué viniste?

Se queda callada unos segundos. Aprovecho para mirar su piel tostada por el sol. Sabía que ella estaba fuera del país pero no imaginaba que en una playa divirtiéndose. Asumo que mamá sabía y no quiso contarme. Sus ojos marrones aprovechan para mirarme con atención y yo escapo de su mirada apurando mi vino.

Como no habla cruzo mis piernas y me inclino hacia adelante.

-¿Vas a hablar o qué?

Se queda callada por breves segundos, hasta que lo arruina volviendo a hablar.

-Verás, Tam... hablé con mamá...

Mirándola me pierdo en mis pensamientos. Dejo de prestarle atención y solo pienso en lo mucho que ella ha cambiado, y yo también. De niñas fuimos criadas como hermanas, y por mucho tiempo la traté como una, realmente lo fuimos. Más que mejores amigas fuimos hermanas, hasta que en mi adolescencia cometí una torpeza y pensando que ella me apoyaría como hermana, hizo todo lo contrario. Por mucho que quiera perdonarla una parte de mí me lo impide. Y no sé si voy a cambiar de opinión.

Tengo mis razones para mantenerme alejada de ella. Sí, Analu aparenta ser una snob y realmente lo es, pero su personalidad es muy parecida a la mía. Creo que es lo único en lo que nos parecemos. Físicamente somos muy diferentes. Completamente opuestas. Ella de tez bronceada, yo blanca. Ella pelinegra y yo rubia. Ella ojos marrones, yo verdes. Ella de baja estatura y yo alta. Ella delgada y yo curvilínea. De adolescentes nos decíamos todo lo que envidiábamos de la otra. Yo envidiaba su cabello ondulado y negro, ella mi cabello laceo y rubio. Ahora lo tiene planchado y cae por toda su espalda como una cascada. Antes ella envidiaba mi estatura, ahora usa tacones altísimos y muy caros.

Éramos tan diferentes, tan opuestas que debí darme cuenta antes que me apuñalara por la espalda.

Tantos pensamientos de mi niñez, de nuestra adolescencia, terminan por cansarme. No quiero hacer un viaje feliz a nuestro pasado, las cosas pasaron por algo y no quiero tener nada que ver con ello. Así como ella se lavado las manos (metafóricamente) yo también quiero hacerlo.

Me levanto del sofá dejando mi copa vacía de vino sobre el sofá sin importarme si se cae o no, y hago una seña con mi mano hacia la puerta.

-Fuera -digo cortando lo que sea que esté diciendo-. No te quiero acá, fue un error dejarte pasar.

Sus ojos marrones se abren grandes. Me mira con asombro, pero logra hacerme caso al levantarse rápidamente. Urga en su bolso grande y llamativo, y saca de allí un sobre, me lo tiende.

-No quieres hablarme, lo entiendo -susurra con la voz ronca, afectada-. Pero ve al evento de mamá que está organizando, se pondrá muy contenta si nos ve juntas. Me dijo que le avisaras a tu novio también.

La obsesión del jefe | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora