Prólogo.
—¡Ah! ¡Ah!—gime de dolor con gotas de sudor en su frente.
—¡Más fuerte! ¡Un poco más!
—¡Un poquito más!
Ya para cuando se escuchó el llanto de un bebé, yo contemplo la escena con una expresión de horror y sorpresa tatuadas en el rostro. Sólo salgo de mi ensimismamiento cuando alguien acaricia mi mano que, por cierto, se encuentra del mismo color de mi cabello: Rojo.
La mujer que me enseña una media sonrisa que denota cansancio, y a la cual no conozco, me apretó la mano durante todo el parto con tanta fuerza, que por un momento creí que se trataba de un familiar de Hulk, sin embargo, no le solté la mano y me dediqué a apartar mechones de cabello húmedo adheridos a su frente, mientras los profesionales hacían su trabajo.
—Gracias por acompañarme—me agradece y un leve carmesí tiñe sus mejillas—. Y lo siento por arrastrarte al quirófano. No tengo a ningún familiar en esta ciudad.
Le muestro una amplia sonrisa para tranquilizarla.
—¡No te preocupes! Nunca había presenciado la llegada de un bebé y... ¡Es doloroso, pero alucinante! Oh, tengo que contarle esto a mis padres.—murmuro al final.
La mujer abre sus labios para decir algo, pero una enfermera la interrumpe, entregándole al bebé e informándole que, aparentemente, su niña se encuentra bien.
Parpadeo unas cinco veces.
—¿Cómo te llamas?—pregunta.
—¿E-eh?
Su leve risa ocasiona que aparte mi mirada de la bebé y observe los oscuros ojos de la mujer.
—Sí, ¿cómo te llamas?
—¡Ah!—sacudo la cabeza, avergonzada—. Soy Heather.
—Heather, ¿me permites colocarle ese nombre a mi hija?
Parpadeo unas diez veces.
—¡Por supuesto! Pe-pero... ¿Por qué?
—En honor a ti. Nunca olvidaré a esa risueña pelirroja que caminaba por los pasillos del hospital y a la cual sorprendí tomando su mano para que me acompañara en el nacimiento de mi hija. Gracias, Heather, en lugar de irte, sujetaste mi mano.
La bebé se remueve y su madre deposita un corto beso en su frente.
Una enfermera me informa que ya debo salir y me despido de la reciente madre, la cual me desea buena vida con lágrimas en los ojos y sonrisa amable.
Camino por los pasillos del hospital mientras le deseo los buenos días a las personas que se me van cruzando, aunque siendo un poco apurada por el recordatorio de que debo continuar con mi horario de hacer voluntariado. Al cruzar por la sala de espera, mi atención recae en un chico que reconozco con la enfermedad denominada «vitíligo», sentado en uno de los asientos con la mirada perdida y hombros hundidos.
—¡Buen día!—exclamo, y el joven pega un respingo en su lugar para luego crear un rápido contacto visual conmigo—. Hoy eres merecedor de una nueva oportunidad. ¿A poco no es motivo para enseñar una media sonrisita? Por cierto, luces un bonito suéter hoy.
Concluyo mis palabras sacudiendo levemente mi mano en señal de despedida junto a una sonrisa de cordialidad. Retomo mi camino, pero luego de dar unos cuantos pasos, me detengo.
Si bien el recuerdo es algo difuso, siento que lo he visto en algún lugar. Hago memoria y pasados unos segundos, lo recuerdo: La universidad.
Doy la vuelta y lanzo la mirada hacia la sala de espera, pero encuentro su asiento vacío. Se ha ido.
Ah, no, de eso nada.
Nadie se escapa de hablar conmigo. Como que me llamo Heather Alaia Bruna.
El que se ría de mi tercer nombre pierde.
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¡Sean bienvenidxs y gracias por la oportunidad! ❤️
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El poder de una sonrisa
Novela JuvenilAños de su vida fueron arruinados por el simple hecho de tener vitíligo. Él ya no tiene fe en las personas. Dice que la sociedad es nauseabunda, debido a lo podrida que está. Una sonrisa. Para algunos, quizás es lo más insignificante del mundo. Pa...